sábado, 7 de mayo de 2016

Reorganizar la empresa


REORGANIZAR LA EMPRESA 
por Francisco-Manuel Nácher 

     Si te nombrasen jefe de una gran empresa y, apenas tomada posesión, te dieses cuenta de que todos los jefes de departamento defendían subrepticiamente los intereses de empresas competidoras, ¿qué harías? 
      No tendrías más remedio que, con mucho tacto, pero con mucha firmeza, ir sustituyendo a los responsables de los puestos clave por otros adictos a ti, que pudieran, a su vez, encargarse, cada uno en su campo, de cambiar espías, saboteadores y desleales, por trabajadores fieles y fiables, hasta conseguir que toda la empresa participase de los mismos ideales, vibrase con la misma filosofía y actuase al unísono en la dirección correcta. 
     Pues lo mismo ocurre cuando el hombre, en medio de la vida, se para a pensar y se hace la gran pregunta (¿quién soy yo? ¿de dónde vengo? ¿adónde voy? ¿cómo y por qué?) y trata de respondérsela; y ve, con estupor, que no está haciendo lo correcto, que ha permitido que su existencia sea dirigida por tendencias, vicios, actitudes, costumbres, prejuicios y posturas que la están llevando a la infelicidad, a la enfermedad, al stress, a la insatisfacción. En ese momento está tomando posesión de la gran empresa de su propia vida o, mejor aún, de su evolución como espíritu inmortal. 
    ¿Y qué jefes de departamento encuentra dirigiendo esa gran empresa, al tomar posesión? La abulia, la inconstancia, la maldad, la incomprensión, la envidia, el despotismo, la ira, la lujuria, el egoísmo, la irresponsabilidad, la gula, la pereza, la soberbia, el odio... 
    Y, ¿qué habrá de hacer? ¿Será posible cambiar todos esos jefes de departamento a la vez? No. Eso es impracticable. Sería una catástrofe. Todos se rebelarían y se impondría la anarquía, que acabaría con la empresa. Se imponen, pues, la prudencia, la constancia, el tacto. Se hace necesario ir estudiando, uno a uno, a cada jefe infiel y conocer sus fuerzas, sus tentáculos y, con medios proporcionados a esas fuerzas, ir sustituyéndolos por sus opuestos.     ¿Y cuáles son esos opuestos, los colaboradores fieles, los fiables? La voluntad, la constancia, la bondad, la comprensión, la tolerancia, la paciencia, la pureza, el altruísmo, la caridad, la responsabilidad, la templanza, la diligencia, la humildad, el amor... 
       Es una labor ardua, difícil, pero necesaria y apasionante, si se quiere salvar la empresa de la propia evolución y dirigirla y orientarla acertadamente hacia el éxito. 

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