viernes, 3 de junio de 2016

Sobre la Epigénesis


SOBRE LA EPIGÉNESIS
por Francisco-Manuel Nácher 

        La evolución se basa en la Epigénesis, es decir, en la capacidad de improvisación, en la innovación, en la profundización, en la aclaración, en el descubrimiento, en la iniciativa, en el interés, en la ilusión, en la obediencia, en fin, en ese empuje permanente que es la más perceptible presencia de Dios. 
       La Epigénesis, pues, necesita de la libertad. Su ejercicio es posible, sólo, porque somos seres libres. Sin libertad no hay Epigénesis ni hay, por tanto, autoevolución, evolución consciente. Habrá evolución del espíritu-grupo, pero no del individuo e, incluso la de aquél, se deberá al uso de su propia libertad. 
      Por eso la Epigénesis es la antítesis de la norma. Por eso dice la Escritura que, “donde hay mandamientos, hay pecado” (San Pablo). Y por eso Cristo redujo todo el Decálogo a un solo mandamiento, que es la quintaesencia de toda la Creación: El Amor. “Amaos los unos a los otros, como yo os he amado”
      Cierto que la sociedad, para funcionar, necesita de la dejación de determinadas porciones de libertad por parte de cada uno de sus miembros. Pero debe siempre tender a dejarles la mayor parcela de libertad y de iniciativa y de creación posible. 
     Una sociedad reglada al extremo, que lo tiene todo normalizado y previsto, es imposible que haga evolucionar a ninguno de sus miembros. El ejemplo típico es el ejército tradicional donde, incluso las propias normas, explícitamente, exigen la obediencia, sin reflexionar, frente a la propia iniciativa, sacrificando así la evolución de sus miembros a una efectividad dudosa y efímera. Aunque, curiosamente, los actos militares heroicos, siempre se han llevado a cabo al margen de las normas que, en ese caso, se incumplieron. Por eso se condecora a los héroes, por haber excedido lo que de ellos se esperaba, es decir, por haber actuado más allá del deber, lo que equivale a decir, fuera o en contra de lo normal, de lo “normalizado,” de la ley.      Por eso Max Heindel se resistía a crear un Centro y a darle normas: Por miedo, como dijo, a su inevitable “cristalización”. Y por eso todas las órdenes religiosas, creadas por grandes santos, llevadas de las “Reglas” que las rigen, no han tardado en cristalizarse y dar más importancia a las normas y a su observancia, que a la capacidad de cada uno de sus miembros para “superarlas”, y se ha tachado de hereje, de heterodoxo, a quien se ha atrevido a ejercer su libertad, su Epigénesis. 
    Y, si se reflexiona, se comprueba que el mismo fenómeno se ha dado en la Iglesia como organismo, tan alejada del espíritu de su fundador y más preocupada por condenar, anatematizar y excluir y excomulgar, que en mejorar internamente y acercarse a la libertad, la tolerancia, la caridad y la comprensión, atenta sólo a las normas creadas por los hombres y anteponiéndolas al Amor, institucionalizado por el propio Cristo. 
   Y otro tanto se observa en los partidos políticos, en las empresas comerciales de cierta duración, en las familias de abolengo, etc.: Que las normas, lo que se espera de cada uno, lo que se hizo, lo que se estableció, aunque fuera en otras circunstancias y para otros fines, acaba privando sobre la originalidad, la innovación, y ahogando, apenas nacida, la libertad de sus miembros. 
   La única manera de llegar a ser dioses creadores consiste en situarse por encima de la norma. Sólo Dios está por encima de la norma, ya que ha sido su creador. Y sólo situándose por encima de la norma, es decir, actuando de modo espontáneo, de un modo apropiado, se puede comprender y disculpar y ayudar a los que aún le están sujetos. 

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