viernes, 1 de mayo de 2015

La película de mi vida



LA PELÍCULA DE MI VIDA
 por Francisco-Manuel Nácher 

  Aquella noche me dormí pensando en lo misterioso e inaprehensible que resulta el tiempo, porque: el presente, que parece ser lo que más preocupa a la mayor parte de la Humanidad, no existe, puesto que, apenas llegado y sin ni siquiera darnos tiempo para percatarnos de ello, y mucho menos para disfrutarlo, ya es pasado y, como tal, inamovible y hasta invivible y tan sólo recordable; y el futuro no existe porque aún no ha llegado. Pero nunca llegará porque, cuando lo hace ya es presente, es decir, pasado. Y me preguntaba cuándo realmente vivimos, si en el pasado, que ya se fue, en el presente, que no existe, o en el futuro, que aún no ha llegado, sin dar con ninguna respuesta satisfactoria.
    Seguramente, este pensamiento agobiador me llevó a un plano determinado del mundo de los sueños, o atrajo hasta mí un genio que, sentándose a mi lado, me dijo muy serio:
    - El tiempo no existe. Es una ilusión. Y no deberías preocuparte por él. 
     Yo me quedé mirándolo, sin siquiera fijarme en su aspecto, como si de un encuentro normal se tratase, y respondí:
    - ¿Que no existe? ¿Entonces por qué envejecemos?
    - Porque creéis en esa ilusión - fue su respuesta.
    - ¿Y, si yo no pensase que me hago viejo, no lo sería cada día más?- pregunté irónico.
   - Seguro que no.
   - Sería estupendo, pero no lo creo - repliqué.
  - Por eso envejeces - insistió convencido.
  - Pero bueno - dije enojado - ¿en qué te basas para hablar así?
   - En la verdad - respondió tranquilo. Y añadió:
  - ¿Quieres que te lo demuestre? 
   - Sí, - repliqué incrédulo - me gustaría mucho. 
  - Pues vamos allá - dijo con alegría.
   Me pregunté cómo podría demostrarme que no existe lo que todos sabemos que nos tiene esclavizados desde la cuna hasta la tumba y que hasta medimos cuidadosamente con nuestros calendarios, nuestros relojes y nuestros cronómetros. Entonces comenzó su demostración: 
   - ¿Qué es una película? - preguntó.
  - ¿Una película? Pues, una historia, un argumento, una imitación de la vida, contada con personajes y palabras, que provocan pensamientos y emociones en el espectador. 
   - ¿Y cómo se conserva? Aquella pregunta no me la esperaba, pero respondí: 
  - En rollos, en vídeos, en discos compactos...
  - Y, mientras no se proyectan, todas las escenas y personajes y palabras susceptibles de provocar pensamientos y emociones están almacenados, ¿no?
  - Sí.
 - ¿Y en silencio?
  - Sí.
  - ¿Al margen del tiempo?
  - ¿Qué quieres decir?
 - Quiero decir que las vidas que contienen, como no se están proyectando en ninguna pantalla, no son víctimas del paso del tiempo, ¿no es así?
   - Claro. Si no se proyecta, toda la película está ahí, esperando ser proyectada. 
   - Y, cuando se empieza a proyectar, para la película empieza a contar el tiempo, ¿no?
   - Sí. - no tuve más remedio que asentir.
   - Por otra parte, - dijo, cambiando de tema - tú eres el mismo ahora que cuando tenías, por ejemplo, diez años menos, ¿no? 
   - Sí, claro. 
   - ¿Tú te sientes el mismo?
   - Por supuesto - respondí seguro - no es que me siento el mismo, es que soy el mismo.
   - ¿Y también eres el mismo que hace veinte años?
  - ¡Claro! A medida que pasa el tiempo, yo voy teniendo más experiencia, más conocimientos, más recuerdos almacenados, más madurez... pero, íntimamente soy el mismo. Yo no podría hacer inguna diferencia entre “mi yo” de los dieciocho años y “mi yo” de hoy. 
  - Bueno, - dijo frotándose las manos - esto marcha.
  - ¿Qué es lo que marcha? - inquirí intrigado.
  - La demostración. Dime: Cuando vas al cine o te dispones a ver una película, te sientes tú, ¿no?
  - Sí. Ya te lo he dicho.
  - Pero, ¿cómo se disfruta una película?
  - Poniéndose en el lugar del protagonista, identificándose con él, reaccionando ante los acontecimientos que van acaeciendo, sintiendo emociones y creando pensamientos.
  - ¿Tuyos o del protagonista? La pregunta me dejó perplejo. Tras una breve vacilación, respondí convincente: 
  - Las emociones y los pensamientos son míos. El actor sólo los finge y esa ficción y mi identificación con el personaje que representa hacen que yo reaccione. 
  - ¿Y tú reaccionas con la experiencia, con la memoria, con las facultades del personaje o del actor, o con tu experiencia, con tu memoria y con tus facultades?
   - Con las mías, lógicamente, puesto que el actor, como te he dicho, está sólo fingiendo, y el personaje no existe y no tiene pensamientos ni emociones propias.
   - Y, si en la película pasan años y el personaje envejece, ¿tú sigues identificándote con él y sintiendo y pensando lo que, según tu propia vida, no la del personaje, te nace espontáneamente?
    - Sí. - Pues ahí lo tienes.
   - exclamó en tono triunfante.
   - ¿Ahí tengo qué?
   - La demostración.
   - ¿Qué demostración? Yo no veo que me hayas demostrado nada.     - ¿Cómo que no? Vamos a ver: Hemos convenido que, cuando ves una película, tú no dejas de ser tú, ¿no? 
  - Cierto.
  - Y que, a pesar de ello, te identificas con el protagonista. 
  - Sí. 
   Y que, ante los acontecimientos, sucesos y situaciones de la película, tú adoptas posturas determinadas, tienes pensamientos, sientes emociones, etc.,  ¿no?
  - Sí.
  - Y que, aunque en la película se supone que pasan años y el protagonista envejece, tú, que sigues siendo el de siempre y que no has envejecido, te identificas, sin embargo, con él y te sientes viejo, como él, ¿no?
   - Sí. - ¿Y no te extraña? 
  - ¿Por qué me va a extrañar?
  - ¿No te llama la atención que en hora y media, y sin dejar de sentirte tú, hayas vivido varios años identificado con el protagonista y, como tal, te sientas viejo?
  - No. - respondí. Pero mi respuesta empezó a preocuparme. ¿Cómo era posible aquello? Pero era indiscutible. Al fin, me atreví a objetar:
    - Pero es que yo sé que lo de la película es fingido.
   - Lo sabes, claro, pero antes de ir al cine. Luego, cuando vives verdaderamente la película, cuando te emocionas o lloras o razonas, ¿estás pensando que todo es fingido o lo vives como real, como contemporáneo, como propio? 
    Me quedé pensando. Tenía razón. Si la película me gusta, si “entro” en ella, si me capta, me sumerjo en el personaje y hago propias sus peripecias. De otro modo no valdría la pena verla. Así que mi respuesta era clara: 
   - Cuando vivo la película, la vivo realmente y siento amor u odio, alegría o tristeza, según los acontecimientos en ella presentados.
   - Pues ya está - repitió.
   - ¿Ya está qué? - ¿Qué diferencia ves entre una película y lo que tú llamas la vida?
   - ¿Qué diferencia? Todas las diferencias.
  - ¿Cuáles, por ejemplo? 
    Me quedé reflexionando. ¿Qué podía decir? ¿Que lo de la película era fingido? Ya lo habíamos hablado y había tenido que admitir que yo lo vivía como real. ¿Que el protagonista no era yo? Ya había reconocido que me identificaba con él, que me sentía él. ¿Que en la película, toda una vida podía transcurrir en una hora y media, y la vida real es mucho más larga? Ya había reconocido que, a pesar de ello, yo seguía identificándome con el protagonista, aunque envejeciera muchos años en tan sólo hora y media... Me iba poniendo nervioso al no saber qué responder. Y entonces, con una sonrisa que no olvidaré, me espetó: 
   - ¿Qué te parecería si la vida, en realidad, no fuese sino una película?
    Quedé desconcertado sin saber qué decir. Aquello era atrevido, insospechado, inimaginable, hasta inmoral...  Él continuó: 
   - Tú naces, lo cual significa que ocupas tu butaca en la gran sala de proyección de la vida. Y luego empiezan a ocurrir cosas y a aparecer personajes, como en las películas Y tú vas reaccionando ante todo ello. Y vas aumentando tu experiencia y vas aprendiendo y vas almacenando recuerdos y pensando y sintiendo emociones, y la película sigue y sigue proyectándose ante tus ojos... Aunque el procedimiento es un poco diferente: La película tiene un guionista y, además, una vez rodada, está guardada en un rollo, constituido por acontecimientos y no por tiempo. En tu vida, en cambio, el guionista eres tú. Porque tú eres un ser libre y además un ser creador y, como tal actúas y, con esa actuación, con tus pensamientos, tus palabras, tus emociones y tus actos, pones en funcionamiento determinadas fuerzas de la naturaleza, y ellas extraen del almacén, creado por el propio Ser Supremo, en que están acumuladas todas las opciones posibles, las que corresponden a las consecuencias de tus actuaciones. Por eso tú eres el guionista, o sea, el responsable de tu propia vida. Pero todo está ahí, en ese almacén, lo mismo que la película está en el rollo. Sin embargo, tú en todo momento eres tú. Te sientes tú. Siempre el mismo. Y no dejas de identificarte con el protagonista de tu vida... que en este caso eres tú. ¿Sabes lo que es un simulador de vuelo? Pues igual. Y, en esas condiciones, ¿qué importa cuánto tiempo pase? Como te has identificado con ese protagonista, envejecerás y enfermarás y perderás facultades y reaccionarás y aprenderás como él, que es lo que importa. Y para ello el tiempo no hace ninguna falta. Sólo hacen falta los acontecimientos, las situaciones y tus reacciones, tu aprendizaje, tu evolución, tu guión, en una palabra. Créeme. El tiempo no existe. Es sólo uno de los elementos de la película, pero es tan ficticio, como ella. Lo único real y verdadero y valioso es tu prendizaje, tu progreso, tu avance en la evolución. ¿Por qué crees que todas las religiones han asegurado siempre que tu mundo es un mundo de ficción?
     Desgraciadamente, en ese momento, y con la poca oportunidad con que siempre suele hacerlo, sonó el despertador y... allí acabó todo. 
   Pero yo seguí, y aún sigo, años después, rumiando muy seriamente cuanto me dijo aquel curioso duende de los sueños.

* * *

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