viernes, 10 de julio de 2015

Las vacaciones espirituales


LAS VACACIONES ESPIRITUALES 
por Francisco-Manuel Nácher 

    Sabemos por nuestra Filosofía que el espíritu es inmortal. Y sabemos que el Plan Divino lo impulsa todo permanentemente, sin interrupciones, hacia la meta. Y que, a nuestros ojos, la Voluntad Divina se manifiesta como esa mano amorosa que, apoyada en nuestro hombro, nos empuja, suave pero indefectiblemente, hacia arriba y hacia delante. 

    Y sabemos que el Espíritu, como parte de Dios que es, no se cansa, no cesa de actuar, de vivir - que no es más que interactuar -, de recibir y transformar y emitir energía, de crear, de colaborar, de empujar la obra divina hacia su consecución… 

  Y sabemos que el cansancio es exclusivo de la materia involucionante. Pero, ¿dónde se encuentra esa materia que aún necesita alejarse de Dios para cumplir su recorrido previsto? En los cinco estratos inferiores del Mundo Físico, del Mundo del Deseo y del Mundo Mental. ¿Y qué forma adopta allí? La forma de elementales negativos, de los que, desgraciadamente, todos tenemos más o menos provisión formando parte de los cuatro vehículos que constituyen nuestra Personalidad. 

     El cansancio y, por tanto, la necesidad de descanso, es inherente a todo lo involucionante y ello por la sencilla razón de que se está progresiva y permanentemente alejando de Dios y no hay nada que canse más que alejarse de la fuente de la fuerza y de la energía y de la vida.

   Por eso el Éter de Luz y el Éter Reflector, libres de esos elementales involutivos, no se cansan y constituyen el Cuerpo Alma y deben ir sustituyendo a los inferiores y a los componentes de la Región Química del Mundo Físico, para que acabemos disponiendo de vehículos totalmente espirituales - no olvidemos que, al concluir el Período Terrestre, habremos “eterizado” el cuerpo físico - y, por eso, Cristo, cada año, regresa con nueva provisión de ambos éteres para elevar la vibración del Planeta; y, por eso, las Regiones de la Luz Anímica y del Poder Anímico del Mundo del Deseo, son lo más elevado del Primer Cielo. Y por eso el Espíritu Humano, el inferior de nuestros tres Espíritus, está formado con la materia de los tres subplanos superiores de la Región del Pensamiento Abstracto del Mundo del Pensamiento. 

   Lo magos negros. y los hay muy potentes y con grandes facultades, campan por sus respetos en todos los otros subplanos Y ello por la sencilla razón de que allí existen elementales involucionantes, que les sirven de agarradero y que les obedecen en sus trabajos negativos. Los Hermanos Mayores, por su parte, actúan sólo en los dos subplanos superiores del Mundo Físico y el Mundo del Deseo, y en los tres que constituyen la Región del Pensamiento Abstracto, en los que pueden actuar desde niveles más potentes y efectivos sobre todo lo inferior, y adonde los magos negros no tienen acceso posible. 

    Por eso se nos encarece continuamente por nuestra filosofía que nos elevemos, que practiquemos la pureza, la fraternidad, el servicio altruista y amoroso, el perdón, la tolerancia, la inofensividad, la oración, etc., porque, mientras lo hagamos, ningún elemental negativo de nuestros vehículos será llamado a la acción ni, lo que es mejor, podrá influenciarnos. Ni los ataques de los magos negros, permanentes enemigos de la evolución y cuyas víctimas más apetecibles somos precisamente los estudiantes de ocultismo, podrán alcanzarnos con efectividad.

   Con todo cuanto antecede a la vista, se comprende perfectamente que para la vida espiritual, para el esfuerzo evolutivo consciente, que es el que nos hemos comprometido a hacer, no cabe el descanso. Cuando trabajamos en los subplanos inferiores físico, de deseos y mental, tras hacer un esfuerzo, descansamos para “recobrar el resuello”. Porque es lo normal y lo necesario, ya que esas materias se cansan, como hemos expuesto. Recordemos a estos efectos que, durante el sueño, lo que necesita de recuperación es el cuerpo físico y los dos éteres inferiores, pero no los superiores. 

   Pero, con demasiada frecuencia, ocurre que, llevados por ese hábito de descansar, tras hacer una buena obra, nos creemos también con derecho a “premiarnos” con un descanso. 

  Y no. Precisamente, no. Porque las buenas obras suponen el ejercicio de las materias que componen los subplanos superiores de los tres mundos, los que, por definición, no se cansan y, consecuentemente, no necesitan descanso. Y, si descansamos en la labor del bien para “premiarnos”, estamos poniendo en funcionamiento elementales involucionantes que aprovechan con fruición la oportunidad de la pereza o el egoísmo que esa decisión lleva consigo, para que ese descanso se prolongue lo más posible. Por eso, en cuanto flaqueamos y frenamos y nos concedemos esas “vacaciones” en nuestro cometido de “vivir la vida”, luego nos resulta más difícil recuperar el tono anterior. Y, al contrario, si persistimos sin descanso en el bien obrar, cada día nos resulta más apetecible y más fácil y más halagador. Por eso el Amor se posee en mayor cantidad cuanto más se da. Por eso la alegría del santo. Y por eso la disponibilidad permanente que se nos exige por los Hermanos Mayores, para colaborar con ellos en beneficio de la evolución común.

   ¿Cabe una situación más triste que la del estudiante que pierde una ocasión de ser utilizado por un Hermano Mayor porque ”se ha concedido un descanso” en su bien obrar, tras cualquier actuación positiva? No. Nosotros, nuestro espíritu, no tiene necesidad de vacaciones. Sencillamente, porque las materias que utiliza no se cansan. Por el contrario, nuestro movimiento hacia adelante y hacia arriba debe ser uniformemente acelerado. ¿Cuál es la causa de que los Hermanos Mayores estén las veinticuatro horas del día trabajando por nosotros, sin perder ni un solo segundo, hasta el punto de que sus colaboradores, los iniciados, lo piensen muy mucho antes de molestarlos o distraerlos en ese menester? El amor. Pero apoyado en que las materias de los vehículos que ponen en funcionamiento no se cansan ni necesitan, por tanto, “vacaciones”. 

   Ése debe ser nuestro modelo y ésa debe ser nuestra visión del trabajo espiritual: dedicación permanente, ininterrumpida y creciente. En ese sentido, y sólo en él, el Sendero es, aparentemente, empinado, pero sólo si se lo mira desde el punto de vista de los mundos cuya materia constitutiva se cansa. Pero nosotros estamos hechos de la sustancia de Dios. 

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