miércoles, 22 de julio de 2015

Lo que hay detrás del ayuno


LO QUE HAY DETRÁS DEL AYUNO 
por Francisco-Manuel Nácher 

  La asimilación de los alimentos es el trabajo que realizan las fuerzas que actúan a través del polo positivo del Éter Químico. La excreción, sea vía excrementos, orina, sudor o excreciones de cualquier tipo, es responsabilidad de las fuerzas que actúan sobre su polo negativo.
    Sin Éter Químico, pues, no sería posible ni alimentarnos ni, por tanto, crecer ni sustituir tejidos dañados ni, en última instancia, vivir en el Mundo Físico. 
   El Éter Vital, a su vez, es el canal a cuyo través actúan las fuerzas de la reproducción, permitiéndonos, por una parte, crear semen, óvulos y embriones y, por otra, desarrollar los órganos de los cinco sentidos físicos. 
   Quiere esto decir que, si comemos más de lo necesario, el Cuerpo Etérico se ve en la necesidad de acopiar más Éter Químico con el fin de asimilar esos alimentos, o sea, que aumenta la proporción de Éter Químico del Cuerpo Etérico. Y, del mismo modo, cuando abusamos de la actividad sexual, el Cuerpo Etérico se ve en la necesidad de acopiar más Éter Vital para hacer frente a esas necesidades. 
  Tengamos en cuenta, sin embargo, que esos dos éteres, los dos inferiores, son los propios y característicos del Mundo Físico, ya que los dos superiores, el de Luz y el Reflector, son más pertenecientes y actuantes en los mundos superiores y constituyen lo que se denomina como la parte inmortal del cuerpo mortal.               Siempre, cuando se ayuna, aunque no se diga expresamente, se sobreentiende que, además de prescindir de la ingestión de alimentos, se prescinde al mismo tiempo de la actividad sexual.             Porque, al ayunar y al practicar la continencia sexual, se reduce la cantidad de ambos éteres inferiores y su “vacío” se rellena con los dos éteres superiores, que tienen mucha mayor afinidad por los mundos espirituales y actúan, por tanto, sustituyendo a los primeros, pero desde un punto de vista más elevado. 
    Eso es, pues, lo que han practicado todos los místicos y ascetas: comer menos y abstenerse sexualmente para aumentar su provisión de éteres superiores, a costa de los inferiores, y contactar más fácilmente con los mundos espirituales.
    Los efectos del ayuno y la continencia, pues, no derivan de nada milagroso e incomprensible, sino de una simple compensación y reequilibrio internos prácticamente matemáticos.
    Pero, como los éteres inferiores nos pegan a la Tierra, mientras que los superiores nos hacen tender hacia el cielo, han necesariamente de actuar como magnitudes inversamente proporcionales, es decir, que cuando aumentamos la cantidad de éteres inferiores, aparte de que nos hacemos más mundanos, automáticamente estamos reduciendo, en la misma proporción, la cantidad de éteres superiores, con lo que disminuimos, proporcionalmente también, nuestra espiritualidad o tendencia hacia arriba. 
   Hemos de tener claro, pues, si queremos culminar nuestra marcha por el Sendero con la Boda Mística, el Nacimiento del Cristo Interno, la sublimación de la energía creadora, la obtención de la clarividencia, la formación de la Piedra Filosofal o la Iniciación, que no lo lograremos hasta que nuestra provisión de éteres superiores sea la necesaria. 
  El conocido ayuno de los cuarenta días simbólicos - ya que cuarenta es el equivalente, en ocultismo, de un período indeterminado, el necesario hasta que se produzca el efecto deseado o esperado - no es sino un ayuno y una abstención sexual que se prolonga hasta que se produce la necesaria reducción en la provisión de éteres inferiores y el incremento proporcional y simultáneo de los superiores, para que se establezca el contacto entre el espíritu y la personalidad y el dominio del primero sobre sus vehículos inferiores, espiritualizados, es decir, llenos de éteres sutiles y vacíos de éteres groseros.
    Por tanto, si no el ayuno de cuarenta días, que no debe realizarse sin la asistencia de un Maestro, porque nos podría llevar a la muerte o, por lo menos a unos desequilibrios muy difíciles de recuperar, sí es conveniente, sin embargo, de vez en cuando, el ayuno de veinticuatro horas o, por lo menos, el prescindir de una comida al día, sobre todo, al pasar la barrera de los cincuenta años de edad.       Esta última recomendación de nuestra filosofía, debería convertirse en hábito entre los miembros que han superado esos años. Y ello porque, a partir de esa edad, ya no hace falta crecer físicamente en nada; porque la actividad física y sexual se supone que se han reducido considerablemente y con ello la necesidad de éteres inferiores; y, porque también es lógico esperar que se haya alcanzado suficiente espiritualidad y los éteres superiores acopiados puedan suplir a los inferiores en sus funciones mantenedoras.              Comprendido, pues, el por qué y el cómo del ayuno, ya dependerá de nosotros su empleo o no. Pero sí sería muy conveniente adquirir el hábito de no comer en exceso. 

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