martes, 9 de junio de 2015

La Oración


LA ORACIÓN 
por Francisco-Manuel Nácher 

    Debemos orar - elevarnos - siempre que nos acordemos, siempre que nos sea posible. Porque, cada vez lo hagamos, nos acordaremos más y, al elevarnos, cada vez nuestra concentración será mayor. Y cada vez estaremos rodeados de vibraciones más elevadas, que irán haciéndonos inaccesibles o, mejor aún, insensibles, a las más bajas. Ello aumentará, nuestra sensibilidad para las vibraciones sutiles. De modo que nuestras actividades todas elevarán, día a día, su tasa vibratoria. 
  Pero, ¿cómo orar? Fundamentalmente, y convencidos intelectualmente como estamos, de que somos una parte de Dios y, por tanto, estamos permanentemente rodeados por Su amor, la oración ha de consistir en enviarle el nuestro sin condiciones ni excusas, sin flaquezas, sin más motivo que la necesidad que sentimos de estar con Él. Él, por Su parte, derramará, acto seguido, su amor a manos llenas sobre nosotros, lo cual nos hará amarlo más y tender más a manifestarle el nuestro. 
      No hacen falta grandes frases ni fórmulas rimbombantes. Basta algo así como: “Señor, aquí estoy para hacer Tu voluntad”. Si lo hacemos sinceramente, sentiremos en el acto el descenso de Su respuesta, que recorrerá nuestro cuerpo todo, llenándonos de felicidad. 
     Hemos, pues, de orar, no de pedir. Pero, si queremos pedir, que sea para la Humanidad en general, sin particularizar la petición. Si, no obstante, creemos procedente pedir algo para alguien, debemos hacerlo siempre con la coletilla sincera de “no obstante, que no se haga mi voluntad, sino la tuya”, para no interferir con nuestra voluntad creadora en los planes de Dios para con nuestro prójimo y para con nosotros mismos. En cuanto a la petición para nosotros, en el Padrenuestro puso Cristo el límite: “El pan nuestro de cada día”

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