jueves, 19 de marzo de 2015

La ciencia académica corrobora la religión revelada

 


EL GÉNESIS
(Continuación)
 
CAPÍTULO III
La ciencia académica corrobora la religión revelada
 
            Existe una estrecha correspondencia entre el relato bíblico de la Creación y las enseñanzas de la ciencia académica generalmente admitidas. Cuando se lee el libro del Génesis a la luz del conocimiento esotérico, se comprueba que coincide en sus puntos
esenciales con las enseñanzas científicas sobre la tierra. El revelar esa correspondencia es misión del cristianismo esotérico, y restablecer así la armonía entre la ciencia sagrada y la secular en común servicio al hombre. Ésa era su relación en tiempo de las primeras Escuelas de Misterios, y ésa volverá a serlo durante la Nueva Era, que está al alcance de la mano. La ciencia promete llegar a ser más religiosa que la religión misma.
            El conocimiento  de las leyes  espirituales que operan en la manifestación  de la forma  reconcilia  los  relatos  bíblicos  de  la  Creación  con  el  conocimiento  geológico.
Como se ha indicado, ninguno de los Siete Días de la Creación terminó bruscamente.
Cada  uno  de  ellos  penetró  gradualmente  en  el  siguiente  en  progresión  ordenada  y armónica.  Orden  y  armonía  son  características  de  Dios.  Y  la  evolución  Lo  revela, mientras que la Naturaleza es Su manifestación visible.
            Como  la  geología  se  ve  limitada  en  sus  lecturas  por  lo  contenido  en  la  tierra física misma, no puede descifrar el trabajo realizado durante los dos primeros Días de la Creación, porque entonces la sustancia cósmica no había aún alcanzado la densidad de
la  materia  física,  y  eso  no  ocurrió  hasta  el  Tercer  Día.  Es,  pues,  entonces  cuando  el
relato geológico se inicia, continuando luego a lo largo de las edades comprendidas en el  Cuarto,  Quinto  y  Sexto  Días  .  Estos  tres  Días  se  corresponden  con  la  primera, segunda y tercera divisiones de las fosilizaciones de la Era Paleozoica.
            En ciclos menores del Período Terrestre, los fósiles más antiguos corresponden a la Época Lemúrica, en la que gigantescos pinos y enormes helechos crecían en la ígnea oscuridad, y saurios gigantes vagaban por los prístinos espacios. La división media de 
fósiles corresponde al final de Lemuria y al principio de la Era Atlante. Los monstruos terrenales y marinos fueron las criaturas reptantes y voladoras mencionadas en el trabajo del Quinto Día.
            La tercera división de fósiles se corresponde con el final de la Era Atlante y el principio de la Época Aria del ocultismo, y comprende el Sexto Día de la Creación. Las abundantes,  enormes  y  pesadas  formas  reptantes  de  las  primeras  épocas  habían disminuido,  tanto  en  tamaño  como  en  número.  Los  animales  del  campo,  en  cambio, habían  crecido  también  en  tamaño  y  en  número:  “E  hizo  Dios  las  fieras  de  la  tierra según  sus  especies;  y  animales  domésticos,  reptiles  y  fieras  según  sus  especies.”  Los mamíferos  pertenecen  a  aquella  época:  el  último  período  de  la  creación  orgánica. 
También  fue  durante  la  tercera  época  fósil,  durante  el  Sexto  Día,  cuando  hizo  su aparición el hombre primitivo. Hasta entonces no había salido a la escena de la vida.
            La  Tierra  experimentó  grandes  cambios  desde  el  comienzo  de  la Época Lemúrica.  Como  se  dijo  ya,  zonas  de  tierra  de  aquella  época,  denominadas  Lemuria, fueron destruidas por la acción de terremotos y erupciones volcánicas, consecuencia de las fuerzas generadas por los seres vivientes de los reinos humano y animal. Aquellas fuerzas fueron proyectadas sobre la naturaleza, por un tremendo esfuerzo de voluntad, y la tierra reaccionó con cataclismos de proporciones planetarias.
            El  mundo  de  los  tiempos  atlantes  pasó  también,  tras  haber  experimentado  la
Atlántida su inmersión en agua, como se recuerda en la historia del Diluvio. La Época Aria, en la que nos encontramos, se dirige hacia su conclusión, tras alcanzar la quinta de sus siete subrazas.
            La  antropología  propone  evidencias  que  prueban  el  ascenso  del  hombre;  la religión ortodoxa enseña la caída del hombre. El ocultismo reconcilia a ambos.
            La  forma  ha  ascendido  desde  abajo;  el  espíritu  ha  descendido  desde  arriba.
Cuando  la  forma  adquirió  el  suficiente  grado  de  desarrollo  como  para  constituir  un vehículo apropiado para que funcionase en él el espíritu, éste tomo posesión del mismo
y se convirtió en espíritu interno. Las formas animales, que habían estado reparándose durante  eras,  se  unieron  a  los  espíritus  encarnantes,  de  lo  alto.  Su  unión  produjo  el hombre, un dios en formación con dos naturalezas.
            Las  grandes,  toscas  y  bestiales  criaturas,  semejantes  a  monos,  de  las  iniciales épocas geológicas, fueron las formas experimentales  primitivas que han desembocado en los refinados cuerpos humanos de hoy día.
            El más antiguo fósil descubierto hasta ahora es el Pithecanthropus Erectus. Se ha datado  hace  aproximadamente  500-000  años.  Luego  viene  el  Hombre  de  Heidelberg, situado  hace  391.000  años.  Les  siguen  el  Hombre  de  Dawn,  de  Sussex,  con  166.000 años, el de Neanderthal, con 66.000 años; y el último de este catálogo de los tiempos, el Hombre  de  CroMagnon,  de  Francia,  que  se  parece  al  indio  americano  actual.  Estas sucesivas  formas  representan  vehículos,  cada  vez  mejores,  que  el  espíritu  fue aprendiendo a construir para sí mismo, a lo largo de las eras. El cuerpo humano se fue
haciendo  cada  vez  más  apto  a  los  propósitos  del  espíritu,  hasta  que  hoy,  comienza  a 
brillar  la  luz  en  su  interior,  manifestada  como  raciocinio  de  la  mente  y  afecto  del corazón, expresando el divino atributo del  autosacrificio  en servicio  de los demás. La egoísta  naturaleza  animal  produjo  el  espíritu  desprendido,  en  obediencia  al  mandato divino: “Hágase la luz.”
            El Génesis trata del perfeccionamiento de la forma; la Revelación, de los logros del  espíritu.  La  Revelación  muestra  la  vida,  triunfante  sobre  la  materia  y  libre  de  la forma. En la etapa del Génesis, el hombre luchaba por obedecer el mandamiento “que se haga la luz”. En la Revelación, la lucha alcanza su fin, fiel al divino pronunciamiento:
”Y la luz se hizo.”
            Los  teólogos  de  mente  abierta  se  benefician,  tanto  de  las  revelaciones  de  la geología como de las de la Sagrada Escritura. El dedo de Dios trazó ambos senderos. Se 
ha escrito acertadamente que” entre la palabra de Dios y las obras de Dios no se puede levantar una barrera más alta.” El escritor continúa:
        La  ciencia  tiene  un  fundamento,  lo  mismo  que  la  religión.  Juntemos  sus fundamentos y sus bases serán mayores. Serán como dos departamentos de una fábrica 
erigida para la gloria de Dios. Un patio interior y otro exterior. En el patio exterior, el hombre  puede  mirar,  admirar  y  adorar.  En  el  interior,  los  que  tienen  fe  pueden arrodillarse, orar y bendecir. Uno es el santuario en el que el hombre, aún aprendiendo, ofrece su más rico incienso a Dios, y el otro, el más santo, separado ahora del primero por  un  velo,  aquél  en  el  que,  mediante  un  corazón  amoroso,  contactamos  con  los oráculos de Dios.
          
          El primer capítulo del Génesis trata de la creación de la forma; el segundo, trata de  la  vida.  A  lo  largo  de  eones  de  tiempo,  el  espíritu  descendió  a  la  materia  y  se manifestó  en  la  forma;  ahora,  en  cambio,  el  espíritu  asciende  de  la  materia.  La  vida existió siempre. Precedió a la forma y pervivirá tras su disolución. Todas las formas son limitaciones  autoimpuestas  para  ayudar  al  espíritu  a  manifestar  sus  potencialidades, “haciéndose lo que en realidad es”: divinidad.
            Mientras el espíritu del hombre en involución realiza su gradual descenso a la materia, gravita sobre el vehículo que se está preparando de materia, y dirige el proceso de su construcción. A medida que ese trabajo avanza, la forma se va haciendo cada vez más densa. Pero, hasta que alcanza el plano físico y se cubre con “abrigo de piel”, no se hace perceptible para nuestros sentidos físicos. Todo este proceso está bajo la guía de las doce Jerarquías zodiacales. La mente, la más elevada facultad moral del hombre, se convierte en el eslabón entre su Yo Superior y su yo inferior. Sin la mente,  manas, no habría ser humano.
            La Humanidad ha ido mejorando las formas que ha empleado durante los ciclos de vida,  de  acuerdo  con  el  incremento  de  las  necesidades  de  crecimiento  del  espíritu evolucionante,  a  cuyo  progreso  están  aquéllas  destinadas  a  acomodarse.  Así  que  el hombre ha aprendido a construir cuerpos clasificables, desde la ameba unicelular, hasta la presente estructura organizada, el “milagro de los milagros.” Pero, así como el cuerpo
humano,  tal  como  está  ahora  constituido,  no  desarrollará  nuevos  órganos,  su refinamiento y espiritualización continuarán durante largas eras por venir.
            Las formas, o avanzan hacia la perfección o retrogradan hacia la aniquilación.
Esto  se  da  en  todos  los  reinos  de  la  naturaleza.  Los  espíritus  evolucionantes perfeccionan  sus  vehículos  mientras  avanzan;  los  espíritus  rezagados,  los  dejan deteriorarse.  Los cuerpos  perfeccionados  son  ocupados por  Egos avanzados,  mientras que los vehículos degenerados los ocupan los espíritus involucionantes.
            Mediante la Ley de la Herencia - que es aplicable al organismo físico, pero no al espíritu interno - las características se perpetúan a sí mismas. Pasan de los padres a los hijos. Cada forma exitosa recapitula y hace avanzar las características de las que partió.
Obedeciendo a una ley biológica fundamental, eso no requiere toda la vida. Si así fuese, no  habría  cambios  para  mayores  progresos.  La  incorporación  y  recapitulación  de las cualidades  adquiridas  en  el  pasado  se  dan  sólo  en  las  primeras  etapas  de  cada
encarnación; el tiempo restante se puede utilizar para mejoras adicionales, a tenor de las necesidades de crecimiento del espíritu interno.
(Continuará)

Boletín Rosacruz , Nº 39 AÑO 2.001 - SEGUNDO TRIMESTRE 
(Abril - Junio) Fraternidad Rosacruz Max Heindel de Madrid

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