domingo, 8 de marzo de 2015

Los siete días de la Creación


EL GÉNESIS
(Interpretación de Corinne Heline, traducción de F. M. Nácher)

El libro de los comienzos eternos 
LOS SIETE DÍAS DE LA CREACIÓN
CAPÍTULO I
LOS PRINCIPIOS DE LA EXTERIORIZACIÓN DIVINA
Los tres primeros días creativos
 
            Los  observadores  se  aproximan  al  Creador.  Ha  sonado  la  hora  de  un  nuevo amanecer cósmico, de un nuevo Día. Ha llegado el tiempo de que el Cosmos despierte  tras la noche.
            Dios  sonrió,  y  Su  risa  conmocionó  el  espacio  y  Su  palabra,  de  la  oscuridad  primigenia, sacó a la luz la nueva aurora en el nuevo espacio del mundo.
                                                                                                          - Hermes Trimegisto
 
 
            Las anteriores palabras del tres veces grande iniciado egipcio sirven al objeto de introducirnos  en  el  estudio  de  la  Escritura  de  los  Comienzos  Eternos.  El  libro  del Génesis pone los cimientos de los sucesivos libros de la Biblia. Todo lo que sigue es un 
desarrollo de poderes descrito y de procesos y perfilados en el primero de los sesenta y seis Libros contenidos en la Sagradas Escrituras.

            Entre  la  narración  bíblica  de  la  Creación  y  las  enseñanzas  de  la  ciencia académica  existe  una relación más  íntima  de  lo que ordinariamente  se reconoce. Una estrecha  interpretación  teológica,  por  un  lado,  y  una  ciencia  falta  de  iluminación espiritual,  por  otro,  son  las  responsables  de  la  distancia  que  existe  en  las  mentes  de luchas personas entre las enseñanzas de ambas. Afortunadamente, los malentendidos, que han distanciado a muchos estudiantes serios de la Biblia de los de la ciencia, están desapareciendo, gracias a la nueva luz que, de modo creciente, está iluminando, tanto el conocimiento sagrado como el secular.

            Aunque parece innecesario aclarar que los Días de la Creación de que habla el Génesis son vastos períodos de tiempo y no simples horas de luz solar, es cierto que la falsa  interpretación  de  este  hecho  ha  dado  lugar  a  una  mala  comprensión  que  se  ha demostrado  tan  perjudicial  para  la  verdad  expuesta  por  las  Escrituras  como  para  la 
defendida  por  la  ciencia.  Si  el  período  creativo  interpretado  como  “día”  se  hubiese traducido como “eón”, que es lo que dice el texto griego, se hubiera evitado una serie
interminable  de  disputas  sobre  el  tiempo  empleado  en  la  Creación  relatada  en  el Génesis.

            El  trabajo  de  los  siete  Días  de  la  Creación,  tal  y  como  los  narra  el  Génesis, abarca  toda  la  duración  del  peregrinaje  humano  a  través  del  tiempo  y  de  la  materia. Incluye el viaje, desde el ser inconsciente y no diferenciado, hasta el omniconsciente y unificado  con  el  Espíritu  Uno.  Describe  el  descenso  del  espíritu  a  la  materia  y  su elevación  desde  ella.  De  los  siete  Días,  tres  y  medio  se  consumieron  en  el  proceso involutivo, durante el cual, el espíritu tomó formas de densidad creciente, hasta llegar al nadir  de  la  materialidad,  que  fue  alcanzado  hace  varios  miles  de  años,  durante  el presente Período Terrestre. Los restantes tres Períodos y medio se dedicarán al proceso 
evolutivo,  durante  el  cual,  el  espíritu  irá  desarrollando  gradualmente  sus  poderes latentes,  mediante  el  encuentro  con  la  resistencia  de  la  forma  y,  progresivamente, dejando a un lado los vehículos adquiridos durante la involución, hasta regresar, como espíritu  incorporal  y  puro,  al  seno  del  Padre  Universal.  Entonces  habrá  pasado  de  la impotencia a la omnipotencia, de la nesciencia a la omnisciencia.

            La fórmula para la creación de todas las cosas, desde el átomo hasta el universo, está descrita al principio: “La tierra estaba vacía y sin forma; y la oscuridad se cernía sobre  lo  profundo.  Y  el  espíritu  de  Dios  flotaba  sobre  la  superficie  de  las  aguas” (Génesis  1:2).  Este  pasaje  describe  el  proceso  por  el  cual  lo  que  no  tiene  forma  la adquiere y el infinito se hace finito. Es conocimiento cósmico descendiendo al tiempo y al espacio.

            Alquímicamente interpretado, el pasaje anterior trata de la interacción entre los poderes  masculino  y  femenino  de  Dios.  Son  los  principios  que,  en  su  manifestación material, se convierten en los elementos fuego y agua, respectivamente. La niebla ígnea, positiva por naturaleza, se cernía sobre las aguas sin forma, negativas por naturaleza; así comenzó el trabajo formativo que trajo al hombre y a la naturaleza a la manifestación.
Este fue el trabajo del Primer Día de la Creación, llamado por los ocultistas Período de Saturno.

            En  ese  Primer  Día  de  la  Creación,  uno  de  los  cuatro  principios  se  hizo predominantemente activo. Este principio fue el Fuego. Pero aún no había enfrentado la 
experiencia de la fricción que elevaría su tono vibratorio hasta convertirlo en llama de luz.  Estaba  aún  latente,  manifestándose,  en  la  oscuridad,  como  calor.  Era  un  aliento ígneo  que,  en  palabras  del  antiguo  poeta  griego,  era  como  “alas  negras  cerniéndose sobre  el  caos”.  Por  Caos,  sin  embargo,  no  se  debe  entender  desorden,  sino  sustancia cósmica  indiferenciada.  Son  las  femeninas  y  receptivas  “aguas”.  Cuando  se  mezclan con  el  activo  aliento  masculino,  se  produce  el  Fuego  Líquido  de  la  terminología alquimista. Cuando esto se logró, en palabras del Génesis, “se hizo la luz”.

            En este Primer Día el hombre, la mónada, surgió del corazón del Creador en un estado  espiritual  puro.  Aquella  condición  se  fue  atenuando  hasta  llegar  a  las  actuales facultades, que la hacen indiscernible. Sin embargo, era una sombra dorada emanada de la Gran Luz.

            Aquellos  primeros  hombres  eran  andróginos:  “Hombre  y  mujer  los  creó”.
Reflejaban los poderes duales de los Serafines, las huestes de Géminis. Estos exaltados seres  fueron  los  guardianes  espirituales  de  la  oleada  de  vida  perteneciente  a  su  signo opuesto,  Sagitario,  que  estaban  entonces  pasando  por  el  estadio  humano  de  su desarrollo. Desde entonces, aquella oleada de vida ha evolucionado hasta el estatus de
los Señores de la Mente, tal como se les denomina por el esoterismo cristiano.

       Durante  ese  Primer  Día,  cuando  los  Señores  de  la  Mente  se  hallaban  en  su estadio  humano  de  conciencia,  se  convirtieron  el  los  guardianes  de  la  presente humanidad, que acababa de entrar en la manifestación. El que la humanidad se situase bajo  la  salvaguardia  de  Sagitario,  significaba  que  sería  también  influenciada directamente  por  la  Jerarquía  de  Géminis,  signo  complementario  de  aquél.  De  esa Jerarquía - los Serafines de la iglesia y los Elohim del Génesis - el hombre recibió su impronta  andrógina  inicial.  La  cooperación  e  interrelación  entre  las  huestes  de  las Jerarquías sigue un patrón rítmico básico, del que cada creación terrena no es sino un débil reflejo. La armonía y la simetría son atributos divinos y el aproximarse a ellas en proyectos de verdadera belleza es elevarse muy cerca del corazón de Dios.

            La primera Raza Raíz de nuestro presente esquema evolutivo terrestre recapituló las condiciones del Primer Día de la Creación. Tuvo sus orígenes, según los registros ocultos, en una isla sagrada que es imperecedera, en la que todo es puro espíritu, uno e indivisible. Ésta fue, y sigue siendo, la semilla espiritual de futuras razas aún por venir.
Como tal, recibe la protección de las doce Jerarquías Zodiacales que rodean el sistema solar al que el planeta Tierra pertenece.
 
            Génesis 1:6-7
            Y Dios dijo: Que haya un firmamento en medio de las aguas y que se dividan las  aguas de las aguas. Y Dios hizo el firmamento y dividió las aguas que estaban bajo el  firmamento de las aguas que estaba encima del firmamento. Y fue así
 
            La  reducción  gradual de  la  tasa  vibratoria  del  poder  femenino  o del  amor,  de Dios,  dio  lugar  al  principio  de  la  forma.  Se  convirtió  en  el  firmamento  en  el  cual  se
separaron “las aguas de las aguas”. La esencia universal se dividió en manifestaciones superiores e inferiores.  “Y Dios llamó al firmamento  cielo”. Fue la manifestación del espíritu preparando la habitación del hombre, y comprendió el trabajo del Segundo Día de la Creación, conocido por los esotéricos como Período Solar.

            En el Segundo Día se introdujo el Aire como segundo elemento en la evolución de la Tierra y sus seres. Este nuevo elemento puso los fuegos durmientes en dinámica actividad y el globo todo se hizo luminoso. Como esa iluminación procedía de dentro, no eran necesarios ni el sol ni la luna ni las estrellas. Estos cuerpos celestes se hicieron necesarios  como  luminarias  en  un  estadio  muy  posterior,  cuando  la  involución  en  la materia  alcanzó una mayor  densidad y opacidad. Este hecho se acepta,  generalmente, por la ciencia material.

            Durante el Segundo Día, los egos de la oleada de vida que dio lugar a la actual humanidad,  fueron  individualizados.  Las  sombras  doradas  del  Primer  Día  habían 
producido  la  adherencia  de  materia,  pero  eran  aún  demasiado  tenues  y  embrionarias
para ser consideradas como algo distinto de un pensamiento gestándose en la mente y en el corazón de la Deidad. La conciencia humana estaba en estado de trance, similar al de  las  actuales  plantas.  Los  seres  que  se  han  convertido  en  los  Arcángeles  estaban entonces  en  el  estadio  humano  de  su  desarrollo.  Y  se  hallaban  lo  suficientemente adelantados para convertirse en guardianes del hombre germinal. El más elevado entre esos guardianes era Cristo.

            Esto demuestra que Cristo se convirtió en el Supremo Maestro de los hombres hace  eones,  cuando  aún  nos  encontrábamos  en  los  principios  de  nuestro  desarrollo.            Debido  a  esa  asociación  evolutiva  entre  el  iniciado  arcángel  y  la  Humanidad,  no  es extraño  que  la  Humanidad  toda  esté  sintonizada  con  el  ritmo  vibratorio  de  Cristo.
Antes  de que  la  Tierra y sus  habitantes  puedan  completar  su glorioso destino  último, toda rodilla debe doblarse ante Él y toda boca debe proclamar que Él es el Señor y el Salvador del mundo.

            Esto  no  significa  una  aceptación  de  palabra  del  Cristo  teológico,  sino  una demostración  vivida  de  los  principios  del  Cristo  Cósmico,  en  términos  de  unidad, igualdad, compañerismo, paz, armonía y amor. Sólo los que manifiesten esos principios, al margen de la raza, el credo, la nacionalidad o el color, se calificarán como pioneros de  la  nueva  Sexta  Raza  y  serán  capaces  de  “salirle  al  encuentro  en  el  aire”  en  la venidera Era de Acuario, o del Aire.

            Los Arcángeles son la hueste de Capricornio. Sus maestros espirituales son los Querubines,  señores  del  signo  opuesto  o  complementario,  Cáncer.  Fueron  los Querubines  los  que  despertaron  en  el  hombre  el  Principio  Crístico.  Y  fueron  ellos
quienes  imbuyeron  en  el  hombre  la  sagrada  fuerza  vital  denominada  por  Cristo  las “aguas de la vida eterna”. La vida de Cristo se ofrece libremente a cualquiera que desee 
participar  de  ella.  Esa  divina  fuerza  está  latente  en  toda  la  Humanidad.  Cuando  sus
poderes  durmientes  se  despierten  y  se  desarrollen,  manifestarán  los  atributos  del  dos 
veces nacido u hombre crístico.
 
            Génesis 1:9-10
            Y DIOS Dijo: Que las aguas bajo los cielos se reúnan en un lugar y aparezca la  tierra seca; y fue así. Y Dios llamó a lo seco Tierra; y a la masa de las aguas la llamó Mar; y Dios vio que era bueno.
 
            Refiriéndose al aspecto vida de este proceso creativo, Paracelso dijo: “El Agua del Aire entre los Cielos y la Tierra es la vida de todas las cosas”. Rudolf Steiner, un iniciado  contemporáneo,  asegura  que  todo  el  sistema  solar  fue  construido  de  niebla primigenia que se extendió en el espacio hasta la distancia del planeta Neptuno.

            Espiritualmente  considerada,  la atenuación de la tasa vibratoria de las “aguas” dio lugar a la aparición de la tierra. La sustancia universal estaba entrando en una más densa gradación de materia; el modelo arquetípico se estaba precipitando en sustancia eterico-física. O sea que, hace eones, tuvo lugar la preparación para la manifestación de los minerales, vegetales, animales y hombres, las cuatro corrientes en evolución sobre la Tierra.  Todavía  tenía  que  transcurrir  un  vasto  período  hasta  que  el  planeta  se  hiciera apto como habitación de los mortales.

            En el Tercer Día de la Creación, el firmamento fue separado del firmamento y un tercer elemento, el Agua, se añadió a las sustancias precipitadas del Fuego y el Aire.
Con esta adición comenzó la lucha para amalgamar los elementos antagónicos Fuego y Agua.

            En  aquel  tiempo  los  Ángeles,  la  Jerarquía  de  Acuario,  estaban  en  el  estadio humano de su expresión y recibían la dirección espiritual de su signo complementario
Leo,  los  Señores  de  la  Llama.  También  durante  este  Día  el  hombre  evolucionante recibió un potente impulso de estos celestiales Señores del Amor o de la Llama.

            Durante el Primer Día de la Creación, las huestes de Leo irradiaron de sí mismas una  corriente  de  luz-fuerza  que  fue  el  núcleo  central  del  futuro  cuerpo  físico  del hombre.  Durante  el  Tercer  Día,  aquel  núcleo  ígneo  se  convirtió  en  el  germen  de  su corazón  o  centro  del  amor,  sede  del  Principio  Crístico.  El  hombre,  pues,  recibió  de aquellos  seres gloriosos la  semilla  de una futura perfección. El  corazón fue el primer órgano que encontró su emplazamiento germinal en la humanidad en desarrollo. Como cada nueva vida de la Tierra recapitula el pasado, sucede que en un embrión el corazón es lo primero que manifiesta la presencia de la vida; y que, como centro principal de la vida, es el último órgano que abandona su conexión con la misma, cuando la respiración termina  en  el  cuerpo,  con  la  muerte.  Con  razón  dice  el  salmista:  “El  corazón  vivirá siempre”.

            La  Biblia  se  ocupa  más  del  Período  Terrestre  que  de  los  tres  Períodos precedentes. De acuerdo  con el  sistema septenario de  evolución al que  pertenecemos, los ciclos de siete se extienden en series graduadas desde lo infinitamente grande hasta lo infinitamente pequeño. Así, cada uno de esos Siete Períodos - tres de los cuales ya hemos tratado y el cuarto o Terrestre, lo estamos viendo - se subdividen en siete más pequeños llamados Épocas.

            La  primera  de  esas  siete  Épocas  es  la  Polar.  Recapituló  las  condiciones  del
primer Período o de Saturno, que se correlaciona con el Primer Día de la Creación. La segunda  Época  se  llama  Hiperbórea  y  recapituló  el  trabajo  del  Segundo  Día  de  la 
Creación o Período Solar. 
            La  segunda  Raza  Raíz  del  actual  Período  Terrestre  se  corresponde  con  las condiciones del Segundo Día y con la Segunda Época.

            La Tierra permaneció como una parte de la nebulosa central luminosa hasta la parte final de la Época Hiperbórea. Por ello no hacían falta luces exteriores. Lo que hoy es  nuestro  planeta,  junto  con  toda  la  vida  que  sobre  él  se  está  desarrollando,  estaba dentro de aquella esfera central de luz. Era una parte de ella.

            Pero  ese  estado  no  permaneció  inmutable.  Una  porción  de  la  oleada  de  vida evolucionante  en  aquella  esfera  de  luz  no  estuvo  a  la  altura  de  los  miembros  más
avanzados  de  la  Humanidad  Solar.  Hasta  que  se  convirtieron  en  una  carga  para  los
pioneros y empezaron a sufrir, cada vez más, a causa de su creciente incompatibilidad con las elevadas vibraciones del orbe solar central. Esos egos retrasados se congregaron, debido a la ley de atracción y, con el tiempo, cristalizaron una parte de dicho orbe, hasta que  la  fuerza  centrífuga  la  separó  de  la  esfera  central  y  la  envió  al  espacio  como  un cuerpo independiente. Esta es la génesis del planeta Tierra.

            Como era una criatura del Sol, la Tierra permaneció formando parte del sistema solar.  Su  posición  en  el  mismo  fue  realmente  autodeterminada,  ya  que  estuvo condicionada por el estatus espiritual propio. Toda condición o circunstancia externa es el efecto de una causa interna invisible. El lazo que une a la Tierra y al Sol se conoce  por los científicos espirituales como Ley de Atracción.

            La  distancia  entre  la  Tierra  y  el  Sol  fue,  pues,  determinada  por  el  amor manifestado  por  la  Humanidad  hacia  el  origen  y  centro  de  su  vida.  Esto  es  aplicable igualmente a cada planeta. A la luz de estos hechos,, ¡qué verdad es que “el amor es el cumplimiento de la Ley!

            En  la  Época  Hiperbórea  tuvo  lugar  otro  acontecimiento  importante  en  la evolución,  no  sólo  del  hombre,  sino  del  sistema  solar  entero.  Fue  lo  que  la  ciencia 
oculta y la visión poética interna denominó La Guerra en los Cielos. Milton trata de ella en su Paraíso Perdido. Ezequiel XVIII e Isaías XIV se refieren a ella como la Guerra antes de la Creación. Y, en forma legendaria, está incorporada a todas las religiones del mundo.

            Cuando la oleada de vida angélica hubo alcanzado el punto de su desarrollo en el  que  debía  tener  lugar  la  reunión  de  los  dos  polos  del  espíritu,  el  masculino  y  el femenino, hubo rezagados que fallaron en la consumación de ese matrimonio místico. Son  los  Luciferes.  Mientras,  por  un  lado,  eran  incapaces,  a  causa  de  su  fracaso,  de seguir  con  los  ángeles,  por  otro,  estaban  demasiado  adelantados  para  convertirse  en miembros de la familia humana. Eran algo intermedio, una especie aparte, una anomalía en la naturaleza.

            Todas  las  oleadas  de  vida  pasan  por  una  fase  de  poderes  divididos,  una separación en sexos, seguida de una reunión final de los dos polos. Tras ello no hay “ni
matrimonio ni entrega en matrimonio”, sino la unidad realizada por los ángeles “en el cielo”. Para esta consecución son necesarios la pureza y el altruísmo.

            Al poseer los poderes duales del alma, los ángeles están libres de toda tentación o deseo egoísta. Su amor fluye pura y libremente en servicio a todos; en consecuencia, la sabiduría cósmica circula a su través sin interferencias del yo personal. Eso no se da en los Luciferes.

            Como  se  ha  dicho,  los  Ángeles,  junto  con  su  guía  iniciado  Jehová,  eran  los guardianes de la presente Humanidad en un inicial estadio de su evolución; y también, de la capa etérica de la Tierra en la que estaba evolucionando. Aquel mundo se hallaba bajo la supervisión general de arcangélico Cristo, que se había obligado así mismo, en el Segundo Día de nuestra manifestación, a convertirse en el Regente de la Tierra y de su Humanidad.

            Un  determinado  número  de  ángeles  se  rebeló  contra  Cristo,  rebelión  que  dio lugar a la Guerra en los Cielos, o sea, la expulsión de los ángeles rebeldes con su líder
Lucifer,  y  su  exilio  al  planeta  Marte.  Durante  la  científico-espiritual  próxima  Era  de Acuario  obtendrá  el  hombre  una  prueba  directa  de  estas  verdades  cósmicas  mediante experiencias de primera mano.

            La  Guerra  en  los  Cielos  provocó  la  inclinación  del  eje  polar  de  todos  los planetas y un cambio en el ritmo planetario de todo el sistema solar. Todo los mundos quedaron manchados, en cierto grado, de materialidad.

            Fue, pues, una caída de proporciones cósmicas, que exigía medidas correctoras proporcionadas  en  tiempo  y  en  potencia.  Esas  medidas  fueron  asumidas  por  Cristo, señor  supremo  de  los  arcángeles.  Cargó  sobre  Sí  mismo  la  redención  de  los  ángeles caídos,  el  restablecimiento  de  la  posición  de  la  Tierra  y  el  realineamiento  de  todo  el sistema solar con su orden y armonía iniciales. En un momento posterior, Cristo asumió idéntica  labor,  redentora  de  la  raza  humana,  cuando  ésta  sucumbió  a  las  sutiles  y engañosas fuerzas de aquellos mismos seres luciferinos.

            La Guerra en los Cielos se refleja en el conflicto entre el espíritu y la materia, una  lucha  que  continuará  hasta  que  el  espíritu  haya  conquistado  y  transmutado completamente todas las cosas mundanas. Esotéricamente, representa la restauración del equilibrio entre los dos polos del espíritu, el masculino y el femenino. El polo femenino, en  el  que  residen  el  poder  del  amor  y  la  facultad  de  la  imaginación,  cayó  con  los Luciferes.  Ellos  se  identificaron  con  la  naturaleza  de  deseos  que  pertenece  al  lado formal y personal de la vida. Lo cual condujo a su expulsión de los cielos, una manera alegórica de decir que sus conciencias descendieron a niveles inferiores. Vinieron a la Tierra e impartieron  los conocimientos que habían adquirido a la infantil Humanidad, presentada  en  el  Génesis  por  Adán  y  Eva.  A  causa  de  esos  conocimientos, prematuramente  adquiridos,  la  Humanidad  cayó,  como habían hecho  los Luciferes; y, como  su  Portador  de  la  Luz  (Lucifer:  lux =  luz;  ferre =  llevar),  experimentaron  su expulsión  del  estado  celestial  en  el  cual  vivían:  Perdieron  el  Edén.  Su  conciencia  se cubrió con un velo de materia. Por eso desde entonces vieron la realidad espiritual como “a través de un cristal oscuro”.

            Según las leyendas místicas relativas a la Guerra en los Cielos, el conflicto duró tres  días  y  tres  noches. Las huestes  angélicas,  bajo  la  dirección  de  Miguel,  Señor del Sol, y de Gabriel, Señor de la Luna, se enfrentaron, en orden de batalla, a Lucifer, el espíritu Marciano y sus ángeles caídos. La asociación de Lucifer con Marte, el planeta que gobierna la naturaleza pasional, nos proporciona otra clave sobre la razón oculta de esta  caída  y,  a  través  de  ella,  de  la  posterior  caída  de  Adán  y  Eva.  La  naturaleza marciana de deseos había sido usada indebidamente y, en consecuencia, la polaridad de las fuerzas simbolizadas por el Sol y la Luna se desequilibró.

            Los  legendarios  relatos  sobre  la  guerra  entre  Miguel  y  Lucifer  se  refieren también  a  la  lucha,  eones  anterior,  entre  las  fuerzas  constructoras  y  destructoras  del Fuego: Miguel, el Sol, representando a este elemento en su aspecto espiritual, y Lucifer o  Marte,  en  su  aspecto  material.  Precisamente,  la  reconciliación  entre  los  dos  y  el equilibrio de sus dos fuerzas dentro del hombre, es lo que conduce a los poderes y a la iluminación del iniciado.

            Los  arcángeles  habían  alcanzado  ese  equilibrio.  En  ellos,  ambas  polaridades estaban perfectamente  amalgamadas. Habían alcanzado tal estatura espiritual que eran inmunes a la tentación, a la que algunos ángeles sucumbieron y que provocó el que el hombre  cayese  en  un  estado  en  el  que  aún  continúa,  experimentando  desequilibrios, 
enfermedad y muerte.
Los Espíritus Luciferes
 
            Las corrientes de deseo del planeta Marte, hogar de los exiliados Luciferes, se mezclan  con  las corrientes de idéntica  naturaleza  de los planos terrestres  de un modo exclusivo  a  estos  dos  cuerpos  planetarios.  A  causa  de  esa  interpenetración  de  ambas auras,  las  influencias  luciferinas,  operando  a  través  de  ese  medio,  penetran  en  la atmósfera de la  Tierra y actúan sobre la vida  en nuestro  planeta, especialmente  en  su expresión emocional.

            Hay que recordar que, aunque caídos, los Luciferes son ángeles. Quienes tienen ojos  para  verlos  aseguran  que  tienen  la  radiante  belleza  exclusiva  de  los  dioses.  Se mueven  en  una  luz  centelleante  que  chisporrotea  con  energía  eléctrica.  La  actitud  de estos seres  ígneos es  osada  y  desafiante  y sus  notas  clave son  la  intensidad mental  y emocional  y  la  actividad  extrema.  Por  esos  medios  se  acelera  su  conciencia  y  su progreso avanza.

            Por tanto, fomentan todo aquello que provoque situaciones favorables para tales expresiones. Inspiran, a quienes caen bajo su influencia, un indescriptible deseo de ser libres  de  toda  limitación  y  sumisión,  de  sondear  profundidades  desconocidas  y  de explorar alturas extrañas, ilimitadas y sin descubrir. La vida que irradian es fascinante y, con  increíble  sutileza,  transmiten  su  espíritu  de  abandono  egoísta  a  todo  aquel  que contactan.  El  resultado  es  que  los  afectados  experimentan  una  inquietud  que, frecuentemente, conduce a una temeridad irracional. Las naturalezas ígneas y sin miedo se inclinan naturalmente hacia los Luciferes y, si el contacto es próximo y continuado, el  impulso  de  actuar  y  de  osar  se  hace  tan  intenso  que  resulta  irresistible.  Y  puede conducir a sacrificar voluntariamente cualquier cosa, incluso la vida, en persecución de algo más allá de toda definición y comprensión.

            Los  Luciferes  no  pretenden  inflamar  los  pensamientos  y  pasiones  del  hombre para  su  destrucción.  Simplemente,  buscan  crear  las  condiciones  más  favorables  para expresar  ellos  su  elevadísima  actividad  instrumental.  Si  hay  sabiduría  y  rigor  para 
dirigir las intensas energías luciferinas hacia fines constructivos, ellos dan una respuesta entusiasta, rapidez creativa y un incremento de la conciencia.

            Si el hombre fuera capaz de dirigir tan intensas fuerzas hacia fines constructivos, los  Luciferes  serían  sólo  verdaderos  portadores  de  la  luz.  Pero,  como  falla  en  tal cometido, la influencia de los Luciferes provoca su caída y es aún predominantemente de efectos negativos para él. Los científicos ocultistas, conociendo esto, no hacen de la debilidad del hombre una excusa para difamar a una clase de espíritus que, aunque por debajo de los ángeles, están también muy por encima de la Humanidad. Son hijos del mismo Padre amoroso que la Humanidad, y Cristo está dando Su vida por la redención de ambos.

            En  el  mundo  moderno,  la  influencia  de  los  Luciferes  se  manifiesta, especialmente,  como un espíritu de rebelión e independencia. Tiende a sobrepasar las barreras morales. Siembra por doquier disputas y guerras. Gravita sobre las experiencias que  causan  emoción  y  excitación.  La  manía  de  la  velocidad  es  una  de  sus manifestaciones. En las artes, estimulan el espíritu de libertad hasta el extremo, como en 
el verso libre, el jazz y el arte moderno todo.

            Cuando los hombres fueron exiliados al plano de la materialidad, los ángeles y arcángeles, trabajando bajo  la dirección de Cristo,  empezaron  a inundar la Tierra con fuerzas  espirituales  destinadas  a  compensar  las  influencias  limitadoras  bajo  las  que 
aquéllos habían caído.

            Si los Luciferes hubieran permanecido con los ángeles, ese trabajo hubiera sido obstaculizado de algún modo, pues hubieran podido influir al hombre instigándole a la acción  desorganizadora  e  impaciente  y,  con  ello,  creando  un  velo  que  le  hubiera impedido recibir sin impedimento la influencia de las fuerzas de niveles superiores.

            La atmósfera psíquica  de  la Tierra está  pesadamente  cargada de  pensamientos negativos  y  destructivos  generados  por  la  Humanidad  durante  edades  pasadas. Colectivamente, eso forma lo que se puede describir como entidades elementales. Los Luciferes  actúan  a  través  de  esas  entidades  incitando  a  la  Humanidad  a  acaloradas controversias y conflictos pasionales. Una parte importante del trabajo del hombre, así como  de  los  demás  seres  que  le  están  asistiendo,  consiste  en  disipar  esas  entidades generando fuerzas de carácter positivo. Cada pensamiento lanzado a la atmósfera, que transporte paz, armonía y buena voluntad, ayuda en ese trabajo. Ante esos pensamientos constructivos masivos, las entidades negativas retroceden, se disuelven como la niebla a la luz del sol.

            A  la  luz  de  estos  conocimientos,  el  hombre  debe  dirigir  su  carrera  lo  más sabiamente  posible.  El  conocimiento  es  poder.  Y,  conociendo  la  naturaleza  de  las fuerzas  predominantes  que  continuamente  están  influenciándole,  puede  utilizarlas consciente  y  deliberadamente  en  su  propio  beneficio.  Las  fuerzas  luciferinas  están sujetas  a  su  control  y  puede  transmutarlas  en  poderes  que  se  añadirán  a  su  luz  espiritual. La habilidad para hacer esto procede en gran parte de la asistencia rendida por Cristo y sus huestes acompañantes. Sintonizándose con el poder redentor de Cristo, el hombre se convierte en maestro de sí mismo. Y entonces puede decir el Señor Dios que el hombre no es sólo en potencia, sino realmente, “uno de nosotros”.

            Hay un aspecto en el cual el rojo y marcial Marte y las ígneas huestes de Lucifer forman  el  Guardián  del  Umbral  de  la  Tierra.  Para  que  ésta  y  su  Humanidad  puedan alcanzar la paz espiritual, ha de ser antes vencida y transmutada  la influencia que los Luciferes  ejercen  sobre  la  naturaleza  de  deseos  inferior  del  hombre.  Asistir,  pues,  al hombre en la realización de ese trabajo es la misión de Cristo. Los arcángeles ya  han efectuado esa transmutación y están, por tanto, calificados para dirigir el progreso de los seres que todavía no lo han logrado.

            Como se ha dicho, el jefe de los arcángeles es Cristo. Y no es menos redentor de Marte que de la Tierra. Su misión se extiende a todo el sistema solar que, siendo una unidad, sufrió en su integridad con la caída del hombre.

            El  que  los  arcángeles  hubieran  solucionado  totalmente  el  problema  de  la polaridad fue la causa de que su jefe, Cristo, fuese el más indicado para asumir el papel de  redentor  de  los  miembros  caídos  de  ambas  reinos,  el  angélico  y  el  humano.  Ese inmenso trabajo no hubiera sido posible para nadie de un estatus inferior. A la luz de estos  hechos,  podemos  releer  las  palabras  de  Juan  con  renovada  reverencia,  cuando afirma que “Dios… concedió a su Unigénito Hijo que el que creyese en Él tendría vida eterna” Él vino como el Camino, la Verdad y la Vida, revelando al hombre los medios y
el método por los que puede salvarse a sí mismo.

            Del mismo modo como los Grandes Guías de la Tierra trabajaron durante eras enteras acondicionando el mundo para la venida de Cristo, Éste lo hizo durante eones con el sistema planetario, preparando el trabajo redentor que debería asumir con todos y cada  uno  de  los  planetas  en  él  contenidos.  No  sólo  trabaja  con  los  planetas  desde  el Centro  Solar  del  que  es  el  Logos  sino,  de  una  manera  más  directa  e  inmediata, penetrando en la vida de uno tras otro, infundiendo en cada uno el espíritu de Su ser y sintonizándolos  a  Su  ritmo,  a  tenor  de  sus  respectivas  capacidades  para  recibirlo  y responder  a  él.  Además,  Cristo  ha  trabajado  largo  tiempo  en  la  unificación  de  los poderes y la armonización de los ritmos de varios planetas, de modo que cada uno de ellos  puede  emitir,  cada  vez  más  ajustada  y  más  fuerte,  la  nota  individual  que  le  ha asignado y, todos juntos, la del sistema solar como conjunto. 
            Los habitantes de la Tierra y de Marte han cristalizado las condiciones bajo las cuales  están  viviendo,  más  que  las  oleadas  de  vida  de  los  otros  planetas.  Por  eso,  la labor redentora es más difícil y urgente en estas dos esferas centradas en el deseo, que en cualquier otra del sistema solar. Si la tendencia a la cristalización hubiera continuado sin ninguna medida compensadora, las limitaciones de la materia hubieran alcanzado un nivel  en  el  que  la  evolución  de  la  vida  se  hubiera  detenido.  La  humanidad  terrestre hubiera  entonces  sido  incapaz  de  proseguir  su  curso  previsto  y  de  alcanzar  la  meta señalada,  en  este  Día  de  Manifestación.  Lo  mismo  ocurre  con  los  marcianos. Cósmicamente, tal era la situación que Cristo decidió voluntariamente corregir. Y está, literalmente, dando Su vida en el intento.

            De lo que se ha dicho  se deduce que Su labor redentora constituye  un trabajo actual  y  futuro.  Las  endurecedoras  influencias  de  la  baja  naturaleza  de  deseos  sólo pueden ser compensadas, y la densidad de la materia, trabajada, de modo que se libere de su agarre sobre la vida en manifestación en y a través de ella, mediante el continuado derrame de  Su fuerza  vital, especialmente,  sobre  los  planetas  Marte  y la  Tierra  y sus respectivas humanidades.

            Las  radiaciones  de  la  dorada  fuerza  vital  del  Cristo  Cósmico  fluyen  sobre  la Tierra en acción rítmica, alcanzando su pleamar cada año en el momento del Solsticio de  Invierno.  La  Humanidad  reconoce  el  calor  y  la  sensación  de  bienestar  de  este Espíritu de Amor y lo celebra como el nacimiento de Cristo. Y es así pues, anualmente, Cristo nace entonces en poder, y la Humanidad toda se siente afectada por la invisible presencia del amante y sacrificado Ser que se da a Sí mismo para que todos los que se sintonicen con lo que Su fuerza elevadora y purificadora está liberando de la prisión de los sentidos y de la limitación de la materia, se eleven a una recién encontrada paz de espíritu y de vida eterna. La salvación por Cristo no releva al hombre experimentar las consecuencias  de  sus  propias  acciones  erróneas,  pero  le  ofrece  la  oportunidad  de rectificar  pasados  errores  y  crearse  las  condiciones  apropiadas  para  seguir  adelante  y cumplir su destino. El Señor del Amor no deroga la Ley; la completa.

            El descenso de la Humanidad a la oscuridad espiritual alcanzó su nadir en los días en que la civilización romana dominaba Europa. El contacto directo con el Logos Solar se había ya perdido, incluso por la mayor parte de las Escuelas de Misterios. En aquel momento crucial de necesidad planetaria, Cristo asumió el trabajar con la Tierra y con su Humanidad desde dentro de los cuerpos de ambos, en vez de desde fuera, como había  hecho  en  el  pasado  durante  eras  enteras.  Y  lo  llevó  a  cabo  encarnando  en  el Maestro Jesús y convirtiéndose en el regente de la Tierra.

            Desde  la  venida  de  Cristo,  la  eterización  de  las  condiciones  terrestres,  la sensibilización de los vehículos del hombre y la purificación de la atmósfera psíquica en la  que  vivimos  han  avanzado  lo  suficiente  para  hacer  más  fácil  a  la  Humanidad contactar ahora con la realidad espiritual, de lo que lo era antes de Su venida, hace dos mil años. Y se hace más fácil cada año con Su retorno, ya que los procesos se aceleran en  estos  tiempos  de  cambio  cíclico.  El  período  de  la  Segunda  Guerra  Mundial desintegró formas que se habían hecho demasiado rígidas y no podían ya prestar ningún servicio. Fue una época en la que la vida del planeta se desconectó de las prisiones de la materia en las que no volverá nunca a ser confinada. Cuando Cristo aseguró que venía a traer una espada, es razonable pensar que tenía in mente la destrucción de tal limitación y sometimiento.
 
La redención de los Luciferes
 
            El período de la Guerra Mundial significó también un hito en la evolución de los Espíritus  Luciferes.  El  efecto  desintegrador  de  su  influencia  sobre  la  Humanidad alcanzó entonces su máximo. Tanto los Luciferes como la Humanidad se habían hecho más  proclives  a  la  purificación,  gracias  a  la  blanca  luz  de  Cristo.  Hay  un arrepentimiento y una salvación para los Luciferes, lo mismo que la hay para el hombre. Ambos están limitados y ambos están siendo asistidos para su liberación, por el poder vivificante de Cristo.

            Los  Luciferes  han  comenzado  a  desandar  sus  etapas  y  se  están  encaminando
hacia el cielo que perdieron. Pero no todos. Con ellos ocurre como con la Humanidad.           Algunos han despertado, se han arrepentido y se han alistado bajo la bandera del Señor Cristo, sirviendo con Él para la salvación de todos.

            La radiante belleza anímica de los Luciferes que han aceptado a Cristo como su líder  es  de  una  gloria  indescriptible.  Su  aura  rojo  dorada,  que  los  distingue  de  los ángeles  cuya  radiación  es  blanca  dorada,  estará  sujeta  a  una  limpieza  de  los  deseos ígneos  mediante  una  infusión  del  poder  sublimador  de  Cristo.  Su  fuerza  transmutada dará lugar al Rubí, una gema de no menor brillo que el Diamante. Y la verdadera luz del espíritu será reflejada con igual brillo por unos como por otros.

            Los  Luciferes  redimidos  se  convierten  en  colaboradores  de  Cristo  en  la liberación de los resultados de la Caída, tanto de sus hermanos, como de la Humanidad.
Están  ejerciendo  una  poderosa  influencia  hacia  el  bien  sobre  sus  aún  no  regenerados 
hermanos  y  sobre  la  raza  humana, a  la  que  un  día  descarriaron.  Dado que  no  poseen 
cuerpos  físicos  que  mitiguen  la  intensidad  de  sus  cuerpos  de  deseos,  son  capaces  de 
ejercer  mayor  influencia  sobre  esta  parte  del  hombre,  sea  éste  bueno  o  malo.  Actúan 
sobre el hombre directa, rápida y efectivamente.

            Fueron  portadores  de  la  luz  cuando,  primero,  contactaron  con  el  hombre  y  le indujeron  a  comer  del  Árbol  del  Conocimiento.  Y  portadores  de  la  luz  son  ahora, cuando  le  traen  más  frutos  de  aquel  árbol.  El  conocimiento  que  proporcionaron  a  la humanidad infante fue prematuro. La Humanidad era incapaz de emplearlo sabiamente. 
Se convirtió en algo peligroso y produjo la perdición del hombre. Ahora, los Luciferes arrepentidos están trabajando  por corregir  sus errores mediante  el servicio  al  hombre: Enseñándole a transmutar la pasión en compasión, y convirtiendo, con ello, el proceso de la muerte en el sendero de la vida.

            Los  cuatro  Ángeles  Archiveros  (Tauro  -  Escorpio  y  Leo  -  Acuario),  como Señores  y  árbitros  del  destino  de  la  Tierra,  están  trabajando,  tanto  con  los  Luciferes como con el hombre, para restablecer a ambos en el elevado estatus que fue suyo antes de la Caída. Escorpio y Leo se unen para ayudar en el proceso de transmutación. Tauro colabora en la reparación de antiguos errores y en la liquidación de deudas contraídas bajo la Ley de Consecuencia. Y Acuario robustece las fuerzas de la compasión, bajo las cuales los impulsos del deseo se transforman en poderes del alma.

            Los  planetas  de  nuestro  sistema  solar  están  unidos  por  un  principio  o  grado vibratorio  de  sustancia  universal,  denominada  a  veces  Plano  Intuicional  del  Ser  o Mundo  de  la  Conciencia  crística  y,  en  la  Filosofía  Rosacruz,  Mundo  del  Espíritu  de 
Vida.  Cualquiera  de  los  planetas  puede  contactarse  directamente  por  quienes  han desarrollado  suficientemente  este  principio  en  sus  naturalezas,  para  poderlo  utilizar 
como  vehículo  de  conciencia.  Cuando  tal  poder  se  adquiere,  el  primer  planeta contactado es Marte.  Ello se debe  a  que la Tierra y Marte,  a diferencia de los demás planetas, están ya  íntimamente unidos por medio del Mundo Astral. Los ritmos de las 
corrientes de deseo pulsan en uno mediante las pulsaciones del otro. Los magos negros, altamente cargados de propósitos egoístas, pueden viajare en esas corrientes y visitar el Planeta  Rojo  a  voluntad.  Los  magos  blancos  contactan  con  el  mismo  planeta  y  con cualquiera otro que deseen, a lo largo de “autopistas” creadas en la elevada sustancia
con la que Cristo inunda el sistema solar entero.

            En  el  plan  divino  hay  siempre  una  medida  de  protección  para  salvar  a  la Humanidad y a toda la vida evolucionante de la destrucción, como consecuencia de su propia ignorancia. Con este  fin  “Dios se mueve de  modo misterioso  para  realizar  sus
maravillas”.  La  comunicación  entre  los  habitantes  de  la  Tierra  y  Marte  espera  la redención de parte de los Espíritus Luciferes. Si esa vía se abriera antes, admitiría una corriente de fuerzas de deseo de tal poder que su utilización sin escrúpulos, por personas egoístas,  daría  como  resultado  el  “estallido  de  la  materia  y  la  destrucción  de  los mundos”.

            Además  de  esa  posibilidad  ya  advertida,  la  libre  comunicación  entre  los  dos planetas no se dará sin la posibilidad de otros peligros. Fuerzas siniestras de este plano 
entrarán en las nuevas condiciones, aunque no con suficiente fuerza para poder con los alineados al lado de Cristo, parte de los Luciferes y parte de las Humanidades de ambos 
planetas.

            Desde  que  las  filas  de  los  Luciferes  experimentaron  las  bajas  de  los  que escogieron recorrer de nuevo su camino hacia el elevado estatus que una vez ocuparon, 
los  restantes  “rebeldes”  han  reafirmado  más  que  nunca  su  decisión  de  conseguir  sus
metas, de acuerdo con los medios por ellos mismos elegidos. Están, por tanto, unidos para producir una embestida terrorífica en las áreas de deseos del hombre. En la vida de los individuos se manifiesta esa influencia en las tendencias licenciosas sin restricción alguna; en  la  vida  de  las  naciones,  como  un  sentido  de  nacionalismo  exagerado y  de ambiciones  extremas  que  ciegan  a  sus  víctimas  ante  las  justas  reclamaciones  de  los demás. En la atmósfera psíquica sitúa vórtices de fuerza que se precipitan sobre el plano físico en forma de desastres naturales. Cuanto mayor  sea el egoísmo de un individuo, una  nación  o  una  raza,  mayor  será  su  atracción  de  las  fuerzas  de  destrucción.        Contrariamente,  cuanto  más  inegoísta  y  altruísta  un  individuo  o  un  pueblo,  más penetrará en el aura protectora de las doradas radiaciones del Señor del Amor y Príncipe de la Paz.

            Cuando los Luciferes se adscriban al lado de Cristo y cooperen con Él en este trabajo  redentor,  sus  brillantes  poderes  magnéticos  se  transformarán  en  canales  de sanación.  El rojo  dorado de sus auras  se cargará de  bálsamo  restaurador  del  espíritu.. Toda la vida sobre la Tierra se beneficiará de su ayuda. Ese servicio de sanación a la Humanidad será de tal importancia y magnitud que hará avanzar a los Luciferes en su viaje de retorno a su elevado rango en el reino angélico, que están destinados a ocupar de  nuevo.  Las  radiaciones  sanadoras  de  los  Luciferes  se  manifestarán  a  través  del tranquilizador rayo verde, que es el color complementario del rojo. Ese color verde ya se ha hecho perceptible en las auras de los seres semicelestiales que han orientado de nuevo sus esfuerzos hacia la Luz.

            La leyenda mística sobre el Grial proporciona información adicional sobre este tema. Y dice que el Santo Cáliz se labró en la gran esmeralda que constituía la única joya de la corona de Lucifer, antes de caer a la Tierra al ser golpeada por la espada de Miguel en tiempos de la Guerra en los Cielos. Fue la luz de esa celestial joya, brillando sobre  la  frente  de  Lucifer,  la  que  lo  hizo  acreedor  al  nombre  de  “brillante  estrella matutina”. Lucifer y sus pecadores hermanos reconquistarán la mística esmeralda hace tanto  tiempo  perdida,  mediante  la  transformación  de  sus  maravillosos  poderes  en  un depósito de sanación, con posibilidad de ayudar  y bendecir a todas las criaturas de la tierra que sufren y luchan.

            Antiguas  leyendas  aseguran  también  que  los  tronos  dejados  vacantes  por  los ángeles  caídos  fueron  reservados  para  almas  humanas,  pero  que  esta  decisión  fue 
frustrada por los Luciferes.

Boletín Nº 36 AÑO 2.000 - TERCER TRIMESTRE 
(Julio-Setiembre) FRATERNIDAD ROSACRUZ  MAX HEINDEL (MADRID) 

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