martes, 3 de marzo de 2015

Shakespeare, la Biblia Laica




SHAKESPEARE, LA BIBLIA LAICA
(Traducción de un folleto de la Sede Central por Francisco-Manuel Nácher)

 
            Las  obras  de  Shakespeare  y  la  Biblia  son  tesoros  muy  próximos  en  la  vida cultural y espiritual  de  los pueblos de  Occidente. Ambos prevalecen  entre las  fuerzas 
que  han construido las características más hermosas y perdurables de nuestra presente civilización. Encarnando todos los grandes principios fundamentales ocultos en lo más profundo  del  corazón  de  la  vida,  se  han  incrustado  en  la  fábrica  de  nuestros  diarios pensamientos  y  aspiraciones.  Innumerables  manifestaciones  de  esos  principios,  en  el arte y en la  literatura,  se han  inspirado  directamente,  bien  en  las Sagradas Escrituras, bien en la Biblia laica de Shakespeare. 
            Resulta suficientemente justificado el considerar las obras de Shakespeare como una Biblia laica,  si se tienen en cuenta las muchas correspondencias  recíprocas,  tanto internas  como  externas:  ambas  son  verdaderas  campeonas  de  ventas;  ambas  están formadas por una colección de libros, la Biblia sesenta y seis y la obra de Shakespeare, treinta y siete; las dos cuentan con sus correspondientes obras apócrifas; ambas cuentan con catálogos que estudian  cada palabra empleada  en su redacción; ambas han sido y son origen de innumerables comentarios; existen bibliotecas especializadas en cada una de ellas; en los diccionarios de citas, ambas aventajan a todas las demás; en el volumen de citas de Bartlets (recopilación estadística de citas literarias), el Antiguo y el Nuevo Testamento  juntos ocupan treinta y siete páginas, mientras  que Shakespeare  ocupa no menos de ciento veintidós.

            Frases de ambas obras maestras han proporcionado a los escritores infinidad detítulos para sus obras y artículos. Una sola frase de un soliloquio de Macbeth - “mañana, y mañana” - ha servido de título a no menos de once libros.

            Muchas  frases  y  citas  de  la  Biblia  han  sido  utilizadas  en  los  textos  de Shakespeare. Según un inventario sobre el tema, Shakespeare hace citas de no menos de cuarenta y dos libros de la Biblia y sus apócrifos.

            Shakespeare  y  la  Biblia  son  inagotables  fuentes  de  inspiración.  Cada  época descubre  en  ellos  lo  que  más  necesita.  De  ahí  el  inextinguible  flujo  de  material 
expositivo que de ellas surge, desde el momento de su aparición. La reinterpretación se hace  necesaria  cuando  las  circunstancias  cambian,  cuando  el  conocimiento  crece  y la experiencia se hace más profunda. Pero, cualesquiera que sean los cambios, la Biblia y Shakespeare perduran vivos. En cada época, las verdades eternas se mantuvieron y por doquier  se  las  puede  encontrar  con  la  plenitud,  belleza  y  sublimidad  con  las  que  las encontramos, tanto en la Biblia como en Shakespeare. Dejando al margen las Escrituras, 
las obras de Shakespeare constituyen el más grande estudio del hombre llevado a cabo por la humanidad. “Después de Dios” - escribe Alejandro Puskin, el más grande poeta ruso - “Shakespeare es el mayor creador de seres vivos. Creó una humanidad entera”.

            Esas  obras  tratan  de  la  naturaleza  interna  y  externa  del  hombre,  de  mundos visibles e invisibles. Y estudian con igual certeza y consistencia ambas caras de la vida, la  material  y  la  espiritual.  Los  elementos  sobrenaturales  de  sus  dramas  no  son
aditamentos  incidentales  introducidos  con  el  fin  de  lograr  efectos  teatrales.  Son fundamentales  para  el  argumento.  Cualquiera  que  posea  las  claves  de  su  profunda
importancia descubre un caudal de sabiduría. Nadie próximo a las doctrinas esotéricas puede tener la menor duda sobre la familiaridad de Shakespeare con la sabiduría de los iluminados.
            Estudios ocultos de magia, blanca y negra, reciben un tratamiento iluminador en La  Tempestad y  en  Ricardo  III,  respectivamente.  El  significado  espiritual  del  los Solsticios de Invierno y de Verano se expone en  Cuentos de Invierno y en  El Sueño de  Una  Noche  de  Verano.  Ésta  última  obra,  bajo  la  apariencia  de  una  fantasía juguetona,  es  una  transcripción  virtual  del  ritual  del  matrimonio  místico,  tal  como  se celebraba en los Misterios de Eleusis, incluyendo que el lugar de la acción se sitúa en un bosque  próximo  a  Atenas.  Los  Sonetos traducen  las  doctrinas  herméticas  a  poesía, mientras las tragedias como  Hamlet y  Macbeth hacen visibles las fuerzas y los seres  del interpenetrante mundo espiritual. Cada uno de sus dramas trata de determinada ley o principio espiritual, que constituye su tema esotérico. Y todo lo que sucede a lo largo de la obra, invariablemente, acaece de acuerdo con la naturaleza de aquella idea arquetípica central.

            Considerando los rasgos internos comunes a Shakespeare y a la Biblia, hay que tener en cuenta que toda la literatura puede dividirse en dos  clases: sagrada y profana. La literatura sagrada está acreditada por haberse originado en una fuente de inspiración superior a la profana. La Sabiduría Divina se acredita por haber encontrado expresión en  las  biblias  del  mundo,  de  un  modo  más  directo  e  inmediato  que  en  cualquier  otra literatura. En otras palabras: todos los pueblos creen que en las Sagradas Escrituras Dios establece una  relación directa con  el hombre,  revelándose a sí mismo  de determinada manera  e  impartiendo  a  los  dispuestos  a  recibirlos,  misterios  pertenecientes  a  la  vida espiritual interna, y modos y medios para que el hombre desarrolle progresivamente su latente divinidad. El esotérico está de acuerdo con esta idea general.

            Algunos, sin embargo, mantienen que esa división, generalmente aceptada, entre literatura sagrada y profana es totalmente arbitraria y, aunque puede ser útil, de hecho
no  existe  una  línea  de  separación  tan  clara  entre  ellas  como  la  gente  cree.  Los  que mantienen  esta  opinión  piensan  que  la  única  diferencia  entre  ambas  es  de  grado, 
mezclándose una con la otra. En apoyo de su tesis alegan que en las Escrituras se han deslizado  elementos  humanos  y  que  las  verdades  sagradas  con  frecuencia  han encontrado formas de expresión frecuentísimas en la literatura profana. 
            Sobre este tema, Swedenborg opina que, si bien la diferencia es sólo de grado, se trata de un grado discreto. Es decir, hay un punto en la escala ascendente de los valores en el que entra en acción un nuevo factor y un nuevo principio se hace operativo, lo que trae a la existencia algo nuevo. Por ejemplo, toda la vida es una, pero no todo lo que vive  es  humano.  Hay vida  en  las  plantas  y  en  los  animales.  Pero,  cuando  una  planta adquiere la facultad del sentimiento, del dolor y el placer, y se hace capaz de moverse, se convierte en un animal. Y, cuando un animal adquiere las facultades racionales de la mente, se hace humano. Discretos grados marcan, pues, las diferencias entre los reinos de la naturaleza.

            Aplicando  esto  a  la  literatura,  Swedenborg  observó  que  las  mismas  discretas diferencias  separan  la  literatura  sagrada  de  la  profana.  La  literatura  sagrada  es,  ante todo,  puramente  religiosa.  Pero  no  todas  las  obras  religiosas  son  escrituras  sagradas. Han  de  tratar  asuntos  espirituales  y  poseer  además  cierto  contenido  interno.  O  sea, oculto  en  la  forma  externa  y  encarnado  en  la  historia  y  la  biografía,  la  fábula  y  la parábola,  se  necesita  una  estructura  espiritual,  un  contenido  esotérico,  claramente
perceptible  por  los  que  han  desarrollado  dentro  de  ellos  mismos  el  necesario conocimiento  espiritual,  pero  irreconocible  para  aquellos  que  miran  sin  ver.  Las Sagradas  Escrituras  son  memorias  de  la  vida,  obras  y/o  enseñanzas  de  grandes 
Salvadores  del  mundo.  Consecuentemente,  tratan  exclusivamente  de  los  más  secretos
misterios para la comprensión humana.

            Recopilando  lo  anterior,  podemos  decir  que  la  literatura  que  trata  de  la  vida espiritual  y  está  edificada  en  torno  a  los  Maestros  y  los  Salvadores  del  mundo,  y, 
además,  contiene  una  estructura  interna  basada  en  los  misterios,  se  convierte  en escritura sagrada en virtud de estos atributos y elementos. El resto de esta literatura es de un nivel inferior. 
            Volviendo al gran grupo de la literatura no sagrada, se verá que se puede dividir, de nuevo, en dos grandes grupos. En el primero se encuentra la que posee un “sentido interno”. En el segundo, la que sólo tiene sentido externo. El primero, lo mismo que las escrituras, hinca sus raíces en los Misterios y contiene, a pesar de su apariencia externa, un  cuerpo  velado  de  Sabiduría  Arcana  claramente  organizado,  mientras  que  en  el segundo no se encuentra intercalado ese esoterismo.

            Para  el  exotérico,  sin  embargo,  una  división  como  la  que  precede  resulta inaceptable  por  la  sencilla  razón  de  que  no  reconoce  ni  la  mera  existencia  de  lo  que nosotros  llamamos  la  Divina  Gnosis  o  la  Doctrina  Secreta.  Hay  obras  sobre  materias espirituales, experiencias religiosas e incluso sobre los Misterios mismos, que no poseen ese  sentido  interior.  Puede  haber  obras  altamente  inspiradas  y  unívocamente estructuradas. Por otra parte, hay obras, como los dramas de Shakespeare, que el mundo no considera como obras espirituales pero que, debido a su estructura doble, contienen un compendio  de Sabiduría Iniciaria sólo comparable  a la que conforma las Sagradas Escrituras. De ahí lo de Biblia laica o profana. 
            En cuanto a la autoría de las obras que llevan el nombre de Shakespeare, hay que  mirar  tras  el  velo  que  cubre  a  los  guardianes  de  los  Misterios.  Allí  se  pueden encontrar  a  los  Iluminados  de  la  raza,  los  custodios  de  la  Sabiduría  inmemorial,
dispensadores de la verdad que hace a los hombres libres. Allí, ignorado y desconocido, está el grupo de  exaltados seres que llamamos  los Hermanos Mayores  que  confían al mundo,  de  tiempo  en  tiempo,  mediante  apropiados  y  calificados  instrumentos,  las revelaciones más necesarias para su evolución. 
            Y es a ellos a quienes hay que atribuir el enorme impulso creativo que floreció en Europa con el nombre de Renacimiento, y que encontró su más importante expresión en lengua inglesa en las brillantes obras literarias de la época de Isabel I, entre las que destacó sobre todas la de Shakespeare. Éste, por tanto, es un eslabón de una cadena de inspirados mediadores, a través de los cuales la raza ha entrado en posesión de un cada vez mayor conocimiento de los divinos Misterios. 
            Las obras de Shakespeare, como los dramas musicales de Wagner, el Fausto de Goethe, la Divina Comedia de Dante  y algunas otras obras de similar categoría fueron diseñadas para su lectura, tanto exotérica como esotérica. Son comunicaciones directas desde  los  centros  planetarios  de  la  Sabiduría  Divina.  En  el  caso  de  Shakespeare,  la fuente  la  constituyó  la  Escuela  de  la  Sabiduría  Occidental  de  la  Rosa  Cruz.  Para  los esotéricos  no  hace  falta  otra  evidencia  de  ello  que  las  mismas  obras.  Pero,  además, existen en ellas marcas, crípticamente  disimuladas, en los dramas de Shakespeare.  En Trabajos  de  amor  perdidos,  se  dedica  una  escena  entera  a  revelar  la  conexión rosacruz. Pero, está tan ingeniosamente envuelta en los juegos de palabras que sólo los poseedores  de  las  claves  apropiadas  pueden  leerla  correctamente.  La  escena  concluye con  una  advertencia  dirigida  a  Goodman  Dull,  que  representa  a  la  masa  que  nada percibe, y que durante toda la escena no ha pronunciado ni una palabra: “No llega su
respuesta”, “no ha entendido nada de nada”.

            A  Shakespeare  se  le  ha  llamado  “la  Máscara  Rosacruz”.  Max  Heindel  dice taxativamente que las obras que llevan la firma de Shakespeare y las que llevan la de
Bacon  están  influidas  por  el  mismo  iniciado  rosacruz.  Y  otros  autores  de  ocultismo llegan a la misma conclusión.

            Entre  la  literatura  que  hemos  descrito,  los  dramas  de  Shakespeare  brillan supremos. No son obras religiosas. No son escrituras cristianas ni budistas ni hindúes. 
Son  lo  que  se  denomina  dramas  seculares,  obras  mundanas,  si  se  quiere.  Pero  cuya 
belleza es tan trascendente y su contenido interior es tan luminoso que han mantenido cautivas a incontables multitudes a lo largo de su ininterrumpida carrera a través de las épocas, desde su misma aparición hace ya más de trescientos cincuenta años. La gente las lee como pasatiempo y por placer. Pero, al hacerlo, se expone a la influencia de una magia  que,  por  su  misma  naturaleza,  le  imparte  los  cánones  sobre  lo  bueno,  lo verdadero  y  lo  bello,  cargándola  de  impulsos  que  la  hacen  tender  hacia  arriba  en  su recorrido hacia Dios. La influencia mágica que así ejercen deriva de esos elementos que fluyen  a  través  de  ellas  desde  niveles  suprahumanos.  Esos  elementos  son  puramente espirituales y es su presencia en los dramas lo que convierte las obras de Shakespeare en la verdadera Biblia Profana de la humanidad.

  Boletín Nº 34 AÑO 2.000 - PRIMER TRIMESTRE 
(Enero - Marzo) FRATERNIDAD ROSACRUZ  MAX HEINDEL (MADRID) 

                                                                 
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