sábado, 25 de abril de 2015

El día que conocí el futuro


EL DÍA QUE CONOCÍ EL FUTURO 
por Francisco-Manuel Nácher 

   Cuando uno duerme es muy difícil estar seguro de que lo que está viviendo no es real. Tan real como lo que vive en estado de vigilia. Y, lo único que puede hacer es grabar bien en su memoria las escenas y sucesos del sueño para, luego, una vez "despierto" y contando con que "sólo era un sueño", recordarlo, disfrutarlo y hasta interpretarlo. Pero, claro, cuando uno está "allá", es decir, soñando, si recuerda o piensa en algo de lo sucedido "aquí" durante la "vida consciente", le ocurre lo mismo: Que parece algo lejano e irreal.
   Yo no me atrevería a decir cuál de los dos mundos es el real, ni que los dos lo son, ni que ninguno lo es, ni osaría afirmar que no se influencian mutuamente. Incluso, creo estar en condiciones de afirmar rotundamente que así es. Y, si no, el lector juzgará.
   Estaba durmiendo. De eso estoy seguro. Y, no sé cómo ni por qué, dialogaba con un ser que bien podría ser un ángel, puesto que era luminoso, tenía aspecto humano y estaba claro que de él el bien surgía espontáneamente. Incluso pienso que debía ser un ángel de un rango bastante elevado. Lo cierto es que, no sé de qué estábamos hablando, cuando yo le dije algo así:
    - Tan imposible como conocer el futuro. 
  - ¿Por qué dices eso? Conocer el futuro es facilísimo. 
  - ¿Facilísimo? 
   ¡Eso lo dirás tú! ¿Tú puedes conocer el futuro? 
  - ¡Claro! 
  - Y, ¿cómo lo haces? - Yo no lo hago. Lo sé.
  - ¿Pero cómo? No lo entiendo... 
  - Es muy sencillo: Todo lo que ocurre es siempre consecuencia de una acción anterior, bien mental, bien emocional o de deseo, o bien física, ¿no? 
   - Bueno... sí. Supongo que sí. Todo tiene una causa y, por tanto, nada ocurre sin algo o alguien que lo provoque o produzca... Sí.
   - ¿Entonces dónde está el problema? 
   - ¿Dónde está el problema? Pues en eso, en conocer el futuro.
  - Pero, si tú conoces las causas que, en su momento, han de producir su efecto, en realidad conoces ese efecto, ¿no? ¿Por qué crees que se afirma que los acontecimientos proyectan su sombra hacia delante? Precisamente por eso, porque se pueden prever.
   - Pero yo no conozco las causas... Bueno, conozco algunas, pero no todas las que concurren en cualquier acontecimiento. 
   - Eso no cambia nada en cuanto al proceso para conocer el futuro. Porque, si conoces esas causas, sigue siendo facilísimo conocer lo que va a ocurrir y hasta por qué.
    - Claro que sí. Quizá tú puedas conocer todas las causas y para ti sea fácil, pero yo no las conozco y para mí, no es que sea difícil sino que resulta imposible. Por otra parte, ¿qué pasa con la libertad, con el libre albedrío que yo pienso que tengo? ¿Es que yo, por ejemplo, no puedo hacer, actuando libremente en un sentido o en otro, que mi futuro sea distinto? 
  - Sí puedes. Claro. Pero tú también estás condicionado y limitado, no sólo por tus acciones anteriores y por todo lo que te rodea y por cuanto ha de suceder porque las causas para ello, no dependientes de ti, ya se pusieron, sino que tú sólo puedes moverte en un espectro muy pequeño de libertad.
   - Pero no dejaré por ello de decidir mi futuro, ¿no? 
  - Sí y no. 
  - ¿Cómo sí y no? ¿Sí o no?
  - Para ti, sí. Porque, con los datos que tú tienes y pudiendo actuar dentro del marco de tu libertad, condicionas en parte el futuro, al poner una u otra acción en marcha y, por tanto, producir un resultado que te parecerá efecto de esa actuación tuya libre. Pero, en un nivel superior, lo que tú puedas hacer en uso de tu libertad, si bien te afectará a ti, según actúes bien o mal, no tendrá una influencia definitiva en el acontecimiento importante en el cual confluyen, como te he dicho, muchas más causas que no dependen de tu actuación.
   - Entiendo. O sea, que yo soy libre. Y lo que haga será bueno o malo, y serán causas de las que yo seré responsable y, por tanto, recibiré sus efectos o consecuencias. Eso está claro, ¿no? 
  - Sí. Eso es rigurosamente así. 
  - Bueno, pues ya estamos de acuerdo en algo. Ahora, en cuanto al futuro, yo - y supongo que todos - siempre que actúo lo hago con la intención de conseguir algo. Si no, no actuaría.
   - Cierto. 
  - Y ese algo es lo que realmente no sé si lo obtendré. Es el futuro.  - Porque aún no está en tu mano conocer todas las causas concurrentes, algunas ajenas a ti. 
  - Por eso precisamente, uno de mis sueños ha sido siempre el de conocer ese futuro tan misterioso, el adelantarme a los hechos.
   - ¿De verdad crees que te gustaría? 
   - Hombre, claro. 
 - Yo creo más bien que no. Si quieres, puedes probar y te convencerás de lo que te digo.
   - ¿Cómo? 
   - ¿Tú quieres, a lo largo de un día, conocer el futuro?
  - ¿Eso sería posible? 
  - Si lo deseas, yo puedo hacer que así sea. Con un día te bastará y te sobrará.
   - ¿No podrían ser tres?
   - Podrían, pero es demasiado. No obstante, si tú quieres tres... 
  - Sí quisiera. 
  - Pues bien, ya está.
   - ¿Seguro?
   - Seguro. 
  - Y, ¿desde cuándo? 
  - Desde ya, si quieres. 
  - De acuerdo. Aceptado. Y no te puedes imaginar cómo voy a disfrutar. 
  - Yo, insisto, no creo que eso te haga muy feliz. Pero te servirá para aprender una lección importante.
   - Entonces, ¿empezamos ya?
  - Empezado. 
  Ésta fue, más o menos, nuestra conversación. 
  
   Cuando, a la mañana siguiente, me desperté, he de reconocer que no me acordaba de este sueño, así que comencé mi rutina diaria como todos los días. 
  Al tomar la pasta de dientes, se me cayó al suelo. En ese momento, me di cuenta de algo: ¡Yo ya sabía que se me iba a caer! ¡Lo había visto un momento antes! 
  Automáticamente, recordé el sueño íntegro y, lógicamente, me acometió la curiosidad de comprobar si lo del dentífrico había sido sólo una casualidad. Pero no, con gran sorpresa por mi parte, cuando probé con mi desayuno y deseé conocerlo, me vi desayunando... exactamente igual como ocurrió luego, cuando desayuné “de verdad”. Y cuando, más tarde, pensé en mi trayecto hasta el trabajo, lo vi con todo detalle, contemplé cada semáforo, cada incidente, las personas que iba a ver, los sentimientos que me iban a embargar... todo, absolutamente todo, como luego, cuando emprendí realmente el camino de la oficina, me fue ocurriendo.         Sólo tenía que pensar en algo futuro deseando conocerlo, para verlo ya realizado. Y luego, cuando, en su momento, llegaba, ocurría exactamente como lo había visto. 
  No cabía duda, pues, de que estaba conociendo el futuro. Sentí una inmensa alegría y me preparé para disfrutar durante los tres días de que el ángel me había hablado. En tres días - pensé - podré tener claro todo lo que me interesa conocer. 
  Toda la mañana, sin embargo, y ante lo extraordinario de la situación, la dediqué a comprobar si yo estaba verdaderamente despierto y si aquello era realmente cierto. ¡Y lo era! ¡Yo veía lo que iba a suceder! Cuando llegó el momento de salir a tomar el café de media mañana, yo ya había experimentado su sabor, su temperatura, su cantidad, la satisfacción que me produciría, las conversaciones de los compañeros, los chistes, las bromas... todo, absolutamente todo, con todo detalle, y experimentado todas las sensaciones y sentimientos que me produciría y que luego, cuando fui realmente al bar, volví a experimentar con toda exactitud.
   Como era época de jornada intensiva, poco después de mediodía regresé a casa, un tanto excitado. Porque, durante la mañana, había pre-vivido una entrevista con mi jefe, que luego ocurrió exactamente igual; una reunión con un proveedor, que se repitió idéntica en la realidad; una serie de conferencias telefónicas que viví antes de que tuvieran lugar y había leído la correspondencia antes de recibirla.
  Comencé a sentirme raro. Al llegar a casa, comí de nuevo lo que poco antes había comido ya en mi pre-visión. Y, claro, no me apeteció como otros días. Comí, sólo por consideración a mi mujer y al trabajo que había hecho cocinando. Pero todo era ya distinto.     En casa, las conversaciones con mi mujer y con mis hijos fueron meras repeticiones de las que yo antes de tener lugar había ya vivido. Yo me sentía como un papagayo, repitiendo lo que ya había dicho y escuchando lo que ya había oído. Las noticias de la Televisión, las conocí antes de conectar el aparato... y luego las vi y las escuché, de nuevo, exactamente iguales.
   Por supuesto, me consolaba: "Tengo toda la tarde y dos días más para seguir experimentando, para sacar partido de esta facultad con la que siempre había soñado". 
  Me pregunté, con cierto temor, he de reconocerlo, si me daría algún golpe aquella tarde. Y me vi recibiendo un encontronazo en la espinilla propinado por la mesa baja del salón. Poco después y a pesar de todas mis precauciones, recibí el golpe y experimenté otra vez el consiguiente dolor. Preví lo que mi mujer, que se había ido de compras, traería, y lo vi con todo detalle. Incluso una sorpresa que me compraría, consistente en una camisa. Claro, cuando luego llegó mi mujer, la sorpresa ya no lo era y tuve que disimular y fingirme agradablemente sorprendido. Quise ver en la televisión un partido de fútbol y, antes de conectarla, resultó que ya conocía el resultado y había visto las jugadas de los goles y vivido cada detalle del mismo... que luego volví a ver en la realidad, pero ya sin interés alguno.
   Sin querer, empecé a preocuparme. Aquello no era lo que yo me había imaginado. Era algo muy distinto.
   Lógicamente, me pasaron por la imaginación - pero procuré que sólo superficialmente de modo que, al no "desear" la respuesta, ésta no apareciera en la pantalla de mi mente - una serie de preguntas, cada vez más intranquilizantes: ¿Cuándo me moriré? ¿Y mi mujer?. ¿Y mis hijos? ¿Y mis padres?... Haciendo verdaderos esfuerzos por no "desear" ver esas escenas, comencé a sentirme mal. 
  Un sudor frío me cubrió... ¿Seremos felices siempre? ¿Cuántos años vivirán mis hijos? ¿Les irá bien en la vida?... Las preguntas eran decenas, centenares, y se amontonaban en mi cabeza mientras yo hacía verdaderos esfuerzos por no conocer las respuestas, porque esas posibles repuestas me daban pánico. ¿Y si mi hijo tenía que morirse, por ejemplo, de accidente, dentro de cinco años? ¿Quería yo pasar esos cinco años viendo cada día la escena fatal y esperando a que ocurriese? Y, si yo tenía que desarrollar un cáncer de estómago, por ejemplo, a los 65 años, ¿tendría que vivir miles de veces todo el problema, como en un ensayo ininterrumpido, hasta que me muriese definitivamente? Y, si había de haber una desgracia en la familia, ¿tendría que saberlo desde ahora y pasar todo ese tiempo, como si tal cosa, hasta que sucediese? ¿Y si el país no iba a ir bien y yo debía perder mi trabajo, ¿cómo iba a convivir de modo normal con mis jefes hasta entonces? Y, si mis hijos habían de contraer enfermedades, que las contraerían, como todos, y habían de suspenderles en los estudios alguna vez, y habían de tener problemas en la vida, ¿tenía que sufrir yo ahora en silencio y sin poder hacer nada por remediarlo, por el mero hecho de poseer una extraña facultad que ya iba convirtiéndose más en una carga?
   Por momentos, me iba horrorizando, y no me atrevía a pensar en nada, a preguntarme nada, ante el temor de conocer, de vivir inmediatamente la respuesta anticipada, buena o mala. Ya no me importaba. 
  Sin darme casi cuenta, me había convertido en otro hombre. Antes, afrontaba cada minuto del día con ilusión, con esperanza, con ganas; hacía proyectos, soñaba, deseaba, imaginaba... Pero aquel día todo eso me estaba vedado. 
  Ya no era sino un saco de nervios, asustado, aterrorizado y sin ganas de desear nada ni de actuar ni de proyectar. Porque, si la respuesta a cualquier problema era favorable, ¿para qué me iba a esforzar? Y, si era desfavorable, ¿para qué me iba a esforzar? La vida había perdido todo su sentido.
   Así que, sin moverme de mi casa y sin decir nada a ninguno de los míos, cené pronto y me metí en la cama con el firme propósito de renunciar al "privilegio" que se me había concedido. 
  No pude recordar al día siguiente, si me encontré con el ángel o no. Quizás bastó mi deseo de renuncia. Lo cierto es que, cuando me desperté, con terror, me atreví a preguntarme cómo discurriría mi aseo diario... y no lo vi. El alivio que sentí fue indescriptible. Salté de la cama, me asee silbando de contento, desayuné feliz y salí a enfrentarme con la vida con una sensación dulcísima de incertidumbre y de libertad como jamás había sentido.
  Aquello me enseñó que lo verdaderamente atractivo de la vida es, precisamente, lo que tiene de aventura; que lo que nos conviene es el esforzarnos para ir resolviendo los problemas, grandes y pequeños, que se nos van presentando, al tiempo que desarrollamos nuestra voluntad y nuestro carácter y nuestra inteligencia; y el ir disfrutando los instantes felices cuando de veras llegan, y el soñar y el desear y el aspirar y el superarnos cada día; que sólo los seres de planos más elevados que, con conocimientos superiores a los nuestros, se cuidan de nuestra evolución como hombres, o los más evolucionados entre éstos, cuya escala de valores se ha estructurado de otro modo y dan a las cosas de aquí mucho menos valor que el resto de los mortales, son capaces de conocer el futuro y de soportarlo sin traumas. Para nosotros la vida no es, no debe ser, al fin y al cabo, más que una maravillosa y permanente improvisación. 

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