jueves, 26 de diciembre de 2013

EL AGNÓSTICO



EL AGNÓSTICO
por Francisco-Manuel Nácher

 - Yo no tengo claro todo eso de Dios ni del más allá.
 - ¿Conoces alguien que lo tenga claro?
 - No. No lo sé.
 - Entonces no has tenido ocasión de cambiar impresiones con 
nadie que haya profundizado en el tema.
 - ¿Quieres decir con eso que, como no lo he hablado con nadie, 
no lo he estudiado en serio?
 - No. Quiero decir que no has tenido ocasión de contrastar tus 
opiniones con otra persona que haya llegado a tener claras estas 
cosas.
 - Tampoco creo que porque lo hable con alguien vaya a ver las 
cosas como él. Esto es una cuestión absolutamente personal.
 - No cabe duda. La cuestión más personal que imaginarse 
pueda.
 - Y por eso, porque no lo veo claro, he renunciado a pensar en 
ello.
 - No deja de ser un sistema.
 - Sí, realmente soy un agnóstico.
- ¿Pero eso sólo me lo dices por decir algo, o lo sientes de
verdad?
 - Hombre, claro que lo siento. Si no, no lo diría.
 - ¿De verdad te lo has planteado en serio?
 - ¡Claro!
 - ¿Y qué conclusión has sacado?
 - La de que, como no puedo llegar a ninguna conclusión que me 
convenza, como sé que no voy a poder aclarar nada sobre el tema, 
lo suspendo, no me pronuncio, lo dejo en stand by, como se dice 
ahora
 - Pues no me parece muy lógico.
 - ¿Por qué?
 -¿Tú te has planteado, en serio, que llegará un día en que te 
morirás?
 - Hombre, claro.
 - ¿Y no consideras que el morirte, después del nacer, es lo más 
importante que te va a suceder?
 - Sí, claro.
 - ¿Y te limitas, ante lo más importante que te puede ocurrir, a 
decir - porque veo que sólo lo dices - que, como no lo tienes claro, 
"no te pronuncias"?
 - ¿Y qué puedo hacer?.
 - Es que no es cuestión de pronunciarse. El pronunciarse no 
sirve para nada ni te aclara nada. Es sólo una postura frente a los
demás. Ante ti no te pronuncias. Te pronuncias siempre ante los
demás. La cuestión, como has dicho, es personal. Es como si me 
dices que, como no puedes demostrar que la ley de la gravedad te 
afecta, no te pronuncias sobre ella, y te quedas tan fresco.
 - ¿Por qué? ¿No sería correcto?
 - Porque, aunque tú no te pronuncies, la ley de la gravedad 
seguirá estando ahí y seguirá afectándote y seguirá siendo algo 
importante en tu vida.
 - ¿Y qué?
 - Pues que, lo lógico es que no te quedes en pronunciarte. Lo 
lógico, si eres un ser racional, es que, por lo menos, actúes 
racionalmente, ¿no?
 - ¿Es que no actúo racionalmente diciendo, con toda sinceridad 
que, una vez estudiado el asunto, reconozco que no he llegado a 
ninguna conclusión definitiva ni creo poder llegar a ella? ¿Es que 
sería más racional decir que creo en un más allá y en un Dios 
creador y premiador o castigador?
 - No.
 - ¿Entonces qué tengo que hacer, según tú, si quiero actuar 
racionalmente?
 - Dejarte de declaraciones y posturas. Y, si de verdad 
consideras que la muerte y lo que pueda haber después es el 
asunto más importante de tu vida, estudiarlo con verdadera 
dedicación, con verdadera obsesión, con verdadera preocupación,
porque te va en ello mucho, muchísimo.
 - ¿Y cómo puedo saber que me va en ello mucho si, ni siquiera 
tengo claro que Dios exista?
 - Volveremos a lo anterior. ¿Consideras o no que la muerte te 
llegará y que eso y lo que te pueda pasar después, si te pasa algo, 
es el asunto más importante de tu vida?
 - Sí. Bueno, pero con matices. Repito que, como no lo sé...
 - Eso es una petición de principio para evadir el problema. Es la 
pescadilla que se muerde la cola. Es, realmente, no querer pensar 
en él, lo cual es muy distinto de lo que tú me has dicho hasta 
ahora.
 - ¿Por qué?
 - Vamos a ver: Tú estudiaste una carrera. ¿Por qué y para qué?
 - Porque tenía que vivir.
 - Si hubieses tenido dudas sobre eso de que tenías que vivir, 
¿hubieras hecho el esfuerzo de estudiar durante tantos años y 
preparar luego una oposición dificilísima, como has hecho?
 - Es que me era imposible tener dudas. Es que la vida está ahí, 
rodeándome; es que la veo en cuanto abro los ojos por la mañana. 
Por tanto, ¿cómo iba a dudar de su existencia y de que, para 
mantenerme en ella, necesitaba situarme?
 - Exacto. La vida estaba ahí. La ves en todas partes. Pero, ¿y la
 muerte? ¿No la ves en todas partes también? ¿No es tan segura
como la vida? Tú entonces "suponías" (porque pudiste morir joven)
que vivirías, pero no podías saber tampoco cómo ibas a vivir y; sin 
embargo, hiciste lo posible por enterarte de qué hacía falta para 
vivir bien y lo hiciste. ¿Y la muerte? ¿No es mucho más segura que 
una u otra manera de vivir? ¿No valdrá la pena hacer, para 
averiguar qué hay tras ella, por lo menos el mismo esfuerzo que 
hiciste para saber lo que era la vida y para situarte en ella? ¿Te 
parece muy racional quedarte en decir que no te pronuncias?
 - Es que he hecho ese esfuerzo.
 - ¿Y qué?
 - Pues que no he llegado a ninguna conclusión.
 - No es posible.
 - ¿Cómo que no?
 - No.
 - Pues demuéstramelo. ¿Puedes?
 - Sí. Vamos a estudiar el asunto, de verdad, racionalmente.
 - De acuerdo. Ya verás.
 - Está claro que, aunque tú no puedas pronunciarte, sólo 
pueden ocurrir dos cosas.
 - ¿Cuáles?
 - O que tras la muerte no haya nada, o que haya algo, ¿no?
 - Sí. Completamente de acuerdo.
- Bien. Estudiemos la primera posibilidad: Tras la muerte no hay
nada.
 - Vale.
 - ¿Qué postura se puede adoptar, racionalmente, ante esa 
eventualidad?
 - Pues la mía precisamente. ¿O no?
 - No. Tú dices que no puedes pronunciarte. Pero estamos 
viendo el caso en que tú "sabes" que no hay nada, una de las dos 
únicas posibilidades que hemos aceptado, ¿no?
 - Sí.
 - Bien. ¿cuál es la conducta consecuente con esa creencia?
 - La conducta consecuente con esa creencia sería la de vivir lo 
mejor posible, puesto que luego... se acabó.
 - ¿A costa de lo que fuese y de quien fuese?
 - En buena lógica, sí.
 - Esa, sin embargo, no parece ser tu conducta. Yo creo que tú 
eres un hombre responsable, formal, amigo de tus amigos, que 
cumple sus compromisos, buen esposo, buen padre... Luego he de 
deducir que tu postura no es la de que, tras la muerte no hay nada, 
¿no? Porque, de otro modo, estarías actuando irracionalmente, 
cosa que no imagino en ti.
 - Por supuesto. Pero ya te he insistido en que no puedo 
pronunciarme.
- Estoy viendo que lo que ocurre es que "no quieres"
pronunciarte.
 - ¿Por qué?
 - Porque, si de verdad quisieras pronunciarte, si de veras 
quisieras resolver el problema más importante de tu vida, como has 
reconocido que es, querrías estudiarlo de verdad, que es lo que 
estábamos haciendo al estudiar racionalmente la primera de las 
dos únicas posibilidades de respuesta que tú mismo has aceptado, 
¿no es verdad?
 - Bueno, sí. Tienes razón. Comprendo lo que quieres decir: Si 
yo acepto que es un tema que me preocupa, lo lógico es que lo 
estudie; y si, estudiándolo, no veo más que dos posibilidades, lo 
lógico es que investigue cada una de ellas. De acuerdo.
 - Quedamos, pues, en que, si tú te has planteado en serio el 
tema y tu agnosticismo no es sólo una pose, o estás seguro de que 
no hay nada tras la muerte - en cuyo caso no estás actuando en 
consecuencia porque estás perdiendo continuamente ocasiones de 
ser más feliz mientras sacrificas tu tiempo trabajando y dedicándote 
a ser un ciudadano modelo (o, si lo prefieres - para que no digas 
que te adulo - un ciudadano normal), o es que crees que tras la 
muerte hay algo, ¿no?
 - Sí. Esa es la conclusión lógica: Que, o no lo he estudiado a 
fondo o, si lo he estudiado y mi conclusión es que no hay nada, mi 
conducta no se ajusta a esa conclusión y, por tanto, es ilógica. 
Tienes razón, te lo admito.
- Bueno. Vamos, pues, a estudiar la otra posibilidad, la de que
hay algo tras la muerte.
 - De acuerdo. Realmente, ahora lo veo más claro; yo me sitúo 
más en la postura de que algo debe de existir, pero no puedo saber 
qué es.
 - Pero, ¿"no puedes" saber qué es o "no te preocupa" saber qué 
es?
 - No. No lo sé. No puedo saber qué es.
 - Pero, por lo menos, si estás seguro de que hay algo, tendrás 
alguna idea, ¿no?
 - No. Porque, te repito que no puedo, no está en mi mano, ni en 
la de nadie, por lo menos esa es mi opinión, llegar a una conclusión 
definitiva.
 - Pero, vamos a ver: Tú aceptas, porque estamos en esa 
posibilidad, que hay algo. Es decir que, tras la muerte, uno no 
desaparece. Porque eso es, supongo, lo que quieres decir con que 
"hay algo" tras la muerte, ¿no?
 - Hombre...
 - Si hay algo, ese "algo" no va a ser "nada", porque entonces 
estaríamos en la posibilidad anterior que, además, me acabas de 
decir que no es la tuya.
 - Sí, claro. Ese algo ha de suponer que yo, de alguna manera, 
sigo viviendo. Si no, no habría un "algo" para mí.
- De acuerdo. Entonces, si sigues viviendo, tendrás que hacerlo
de alguna manera, ¿no?
 - Por supuesto.
 - ¿Y cómo imaginas tú esa vida?
 - No tengo ni idea.
 -¿Te parece lógico - porque estamos razonando y, por tanto, 
hemos de guiarnos por la razón - , te parece lógico decir que esa 
vida, es de suponer que tenga alguna relación con la de aquí?
 - No estoy seguro.
 - Perdona. No se trata de seguridades. Pero, si aceptas que 
sigues viviendo, que tú sigues viviendo y sigues siendo tú - y 
subrayo la palabra "sigues" - es decir, que tu vida, tu existencia, no 
se interrumpe, esa otra vida no puede ser más que una 
continuación de ésta, ¿no?
 - Sí.
 - Entonces, lo lógico es que tenga alguna relación con ella, que contenga elementos que sean consecuencia de lo que aquí hayas hecho.
 - No exactamente. Te veo venir: Tú vas a parar al célebre juicio 
tras la muerte, etc.
 - No. En absoluto. Lo que te estoy diciendo es que, si durante 
esta vida, lo que tú eres lo debes a lo que fuiste e hiciste antes, 
porque el hoy es producto del ayer, y si el mañana es 
consecuencia del hoy (y por eso todos hacemos cada día lo posible 
hoy para prepararnos el mejor "mañana" que podemos) si, tras la 
muerte, esta vida sigue, aunque sea de otro modo, pero sigue, es
lógico, y digo lógico, pensar que esa vida sea también
consecuencia de ésta, ¿no?
 - Bueno, sí. De otro modo tendría que ser una vida nueva, que 
empezara desde cero.
 - Pero esa posibilidad la hemos eliminado al aceptar que la 
muerte, en realidad, no existe, puesto que, tras ella, seguimos 
viviendo; y si "seguimos" viviendo, esa otra vida, necesariamente, 
ha de ser una continuación de ésta, o sea, un trozo, por decirlo así, 
de nuestra vida total.
 - Sí, claro. Esa nueva vida, comenzada desde cero tendría que 
ser una parte de vida que, al mismo tiempo que fuera continuación 
de ésta, no tuviera nada que ver con ella. Y eso, tienes razón, no 
es lógico. Lo lógico es que el más allá sea una especie de 
prolongación de esta vida.
 - O, por lo menos, algo que tenga tal relación con la vida 
terrena, que se manifiesten en ella todos o algunos de los efectos 
de las causas puestas en funcionamiento aquí, ¿no?
 - Sí. Está claro.
 - Y - seguimos razonando - , si esa vida del más allá es 
continuación o consecuencia de la de aquí, lo lógico es prepararla 
mientras estamos aquí para que, al llegar allá, sea lo mejor posible. 
¿O no?
 - Sí. Eso sería lo razonable
- Entonces, lo lógico es averiguar aquí qué información 
podemos obtener sobre esa otra parte de nuestra vida.
 - Eso es lo lógico, sí.
 - Pues, sin pretenderlo, hemos llegado a las religiones.
 - ¿Las religiones?
 - ¡Claro!. ¿Qué otra información existe sobre la otra vida? 
¿Dónde puedes obtenerla sino en el seno de las religiones?
 - Sí, es cierto.
 - Pero, fíjate qué curioso: Todas ellas, sin excepción, hablan de 
una especie de juicio, de reequilibrio, de compensaciones, de 
sanción de las conductas...
 - Es cierto. Todas lo hacen.
 - Entonces el problema no está ya sino en ver qué religión es la 
que, racionalmente, te convence más, ¿no?
 - Sí. Pero es que las religiones, precisamente, no son 
racionales. Con lo cual llegamos a un callejón sin salida. Yo me 
tengo que creer, por ejemplo, que Eva se hizo de una costilla de 
Adán y que Noé llenó su arca con una pareja de cada especie 
animal o que Jonás estuvo tres días en el vientre de una ballena o 
que los papas que, a lo largo de la historia, han hecho guerras, han 
tenido amantes, han excomulgado a sus enemigos políticos, han 
hecho negocios con las bulas y las indulgencias, han condenado a 
la hoguera a sus oponentes, etc., son infalibles cuando hablan de 
religión. Y, francamente, eso es demasiado. Y lo mismo ocurre con
cualquier otra religión. Por lo cual, llega uno al punto en que,
sabiendo que algo hay y teniendo una idea de cómo debe ser, no
es capaz de comulgar con las ruedas de molino de las religiones. 
¿Lo comprendes?
 - Perfectamente. Y estoy totalmente de acuerdo en todo. En 
todo menos en dos cosas.
 - ¿Cuáles?
 - Primera, que tú pareces confundir las religiones con las 
personas que, con mayor o menor acierto y dignidad e incluso fe, 
las representan. Y eso ni es racional, ni es lógico ni siquiera es 
justo. Las religiones están siempre por encima de los hombres.
 - Te acepto la crítica. Tienes razón y, por tanto, retiro lo de los 
papas. Pero no me negarás lo otro.
 - Ese es el segundo punto.
 - ¿Cuál?
 - Que no has agotado el tema.
 - ¿Que no lo he agotado? ¿Y qué tenía que haber hecho?
 - Si el asunto es, como hemos convenido, el más importante 
que te puedes plantear, no parece lógico que te quedes ahí, sin 
investigar otra posibilidad.
 - ¿Qué posibilidad?
 - ¿No se te ha ocurrido pensar que la Costilla de Adán o el Arca 
de Noé o la Ballena de Jonás no sean más que símbolos de algo
más profundo, más permanente, más racional, destinado,
precisamente, a aquéllos que se hacen preguntas sobre estos
temas?
 - Francamente, no. Pero, ¿cómo puedo encontrar la explicación 
de esos símbolos, esa aclaración racional de la religión?
 - Pues investigando. Pero para ello la disyuntiva que se te 
plantea ya es otra.
 - ¿Cuál?
 - O no te preocupa el tema y, por comodidad, para quedar bien 
cuando se habla de él, dices que eres agnóstico y te quedas tan 
fresco - y, perdona, pero pienso que ese es precisamente tu caso - 
o te preocupa de verdad y sigues buscando hasta encontrar 
respuestas, que las hay, y que es lo que hemos hecho todos los 
que nos hemos planteado en serio el asunto.
 - Después de este estudio que hemos hecho juntos, te he de 
admitir que mi búsqueda no había sido exhaustiva. Y que cuanto 
hemos hablado hoy aquí me ha hecho planteármelo todo de otro 
modo y darme cuenta de que realmente es un tema importante y 
que todo hombre consciente debería meditarlo y resolverlo. Porque 
hasta que uno no lo haga, se ve claro que su paso por la vida no 
tiene una razón de ser lógica y eso, a un ser lógico como el 
hombre, es lo más grave que le puede ocurrir. Después de esto, 
permíteme que, por un lado, te agradezca la luz que me has dado 
y, por otro, te ruegue que me evites mucho trabajo: ¿Hay, de 
verdad, manera de conocer todo esto con garantías de que sea 
cierto lo que se conoce?
 - Absolutamente. Hay una serie de libros, de escritos, que te
proporcionan una explicación totalmente lógica y racional de lo que 
dicen las religiones. Y ello por dos razones: Primera porque las 
religiones se han dado a los hombres y éstos son seres racionales 
y, por tanto, cualquier cosa que se les dé con la pretensión de que 
ajusten sus vidas a ella, ha de ser racional, comprensible y lógica. 
Y segunda, porque, cuando estudias estos temas en los textos 
apropiados, tu propia voz interna se convierte en tu guía y es quien 
va aceptando y quien va proponiendo nuevas preguntas y quien va 
poniendo en su lugar las piezas del enorme rompecabezas que es 
la Creación toda. Y ahí no hay error posible. Y aún añadiría otra.
 - ¿Cuál?
 - Que el ver esos temas claros, el saber qué ocurre y por qué y 
para qué en torno tuyo, y el aprender a meditar y a conocerte tal 
cual realmente eres, sin ficciones, sin representaciones, sin pensar 
en lo que los demás han de opinar de ti, te proporciona una paz, 
una seguridad, una confianza, una fe y una alegría imposibles de 
explicar a quien no las ha experimentado. Si de veras te preocupa 
el tema, estúdialo,” busca y encontrarás, llama y se te abrirá, y pide 
y recibirás”, como dice la Biblia.

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