viernes, 27 de diciembre de 2013

EL DECÁLOGO - Boletín Nº 34 - primer trimestre año 2000

EL DECÁLOGO  -  Boletín Nº 34 - primer trimestre año 2000


EL DECÁLOGO
por Francisco-Manuel Nácher

- Ésta ya no es una época de mandamientos, de decálogos
para regular nuestra conducta. La Humanidad ha superado ese
estadio en que había que decirle lo que podía y no podía hacer.
- Yo no estaría tan seguro.
- ¿Por qué?
- Porque tú partes de una concepción equivocada de los
Mandamientos de Jehová.
- ¿Equivocada en qué sentido?
- Yo diría que en todos.
- ¡Hombre! ¿En todos? ¿Cómo probarías eso?
- Lo que puedo hacer es razonar contigo para que tú
comprendas que, además de la interpretación de la iglesia católica
y de las demás iglesias cristianas, hay otra interpretación más
lógica y más profunda y más creíble de los mandamientos y de su
finalidad y de la Biblia en general.
- De acuerdo, me es igual. Te escucho.
- Bien. En primer lugar has de tener en cuenta que los
Mandamientos fueron dados a los que estaban siendo
seleccionados para constituir la raza-raiz de la posterior raza aria,
que comprende todos los actuales pueblos blancos.
- ¿Y por qué precisamente a los blancos actuales?
- Porque eran los egos más avanzados en la oleada de vida
humana. Verás. La raza anterior a la aria, según las crónicas
ocultistas de hace muchísimos milenios, fue la raza atlante - que
comprendió también varias subrazas - y que, cuando dio de sí
todo lo que podía dar, obligó a los seres encargados de la
evolución humana - personalizados o dirigidos por Jehová - a
seleccionar entre todos los más avanzados y crear con ellos una
raza-raíz para la siguiente gran raza que, como te he dicho es la
llamada aria y que, por cierto, nada tiene que ver con la acepción
racista de los nazis ni de ningún otro racista.
- ¿Y qué pasó?
- Pues pasó que, para educir de una raza otra más avanzada es
preciso darle unas normas y exigir que las cumpla para que sus
miembros vayan desarrollando ciertas facultades que poseían sólo
rudimentariamente y que serán las características distintivas de la
nueva raza-raiz y sus subrazas. En el Éxodo se relata la historia de
aquellos momentos. Por ello a los hijos de Israel de la Biblia, que
eran, en realidad, los llamados "semitas originales", se les prohibía
contraer matrimonio con las hijas de otros pueblos, con el fin de
realizar en su seno una selección de características definidas.
-¿Y qué características había que desarrollar?
- Varias. Entre ellas la voluntad. Por eso se estableció el
sacrificio, es decir, la entrega voluntaria a Dios, la pérdida de lo que
el hombre más estimase: Sus bienes, una parte de sus ingresos,
los primogénitos de su descendencia y de la de sus ganados, etc.
Todo eso, para un pueblo muy materializado exigía un gran
esfuerzo de voluntad. Pero, como si no cumplían, ahí estaba
Jehová para castigarlos, no tenían más remedio que obedecer y
así, mediante la repetición de ese esfuerzo, contrario a sus propios
intereses, desarrollaron la voluntad que, en estadios posteriores de
la evolución - ahora, por ejemplo - sería muy útil.
- De acuerdo. ¿Y qué tiene eso que ver con el Decálogo?
- Mucho. Piensa que Jehová, aunque pensamos que se
comportaba como un Dios cruel e injusto, obraba movido por un
inmenso amor a sus criaturas y en todo momento pretendía lo
mejor para ellas, aunque su visión momentánea no les permitiese
comprenderlo así. En esa tesitura, Jehová promulgó Su Decálogo,
que no era más que una serie de consejos para que su raza
elegida pudiese avanzar más deprisa.
- No comprendo. Explícate.
- Lo haré por partes. El plan de Dios en cuanto a la evolución
del hombre se refiere, pretende que éste se convierta en un dios
creador al final de su recorrido. Bien, para ello ha de adquirir una
serie de facultades - en ello estamos - además de las ya
adquiridas anteriormente.
- ¿Y por qué hay que adquirirlas?
- La oleada de vida humana, como todas las oleadas de vida,
está constituída por una serie de chispas emanadas de y en Dios,
que nacen sin consciencia de sí mismas, sin saber que existen ni
que son seres distintos de los demás, y teniendo, en potencia,
todas las posibilidades de un dios creador. Pero, para obtener la
autoconsciencia y desarrollar esas facultades divinas, necesitan
varios vehículos que han de evolucionar en los distintos planos de
existencia, o sean, el físico, el astral, emocional o de deseos y el
mental.
- Comprendo.
- El cuerpo físico es el más antiguo y, por tanto, el más perfecto,
que posee el hombre, es decir, el espíritu o Ego en evolución. Por
eso, cuando los cuerpos pertenecientes a una raza empiezan a no
poder dar ya más de sí, cuando los espíritus que los usan ya no
pueden aprender nada nuevo usándolos, se impone seleccionar a
los más avanzados y, con ellos, formar la simiente de una nueva
raza-raíz que dé lugar a cuerpos más aptos, más perfectos desde
el punto de vista de la evolución.
- Ahora lo veo claro. Entonces Jehová intentaba eso, ¿no?
- Si, claro. Te he dicho que la raza anterior a la Aria fue la
Atlante, con siete subrazas, y aún hubo otra antes, en la Época
Lemúrica; cada una de ellas mejorando la anterior y adicionando
facultades o capacidades.
- ¿Y cuál fue la nueva adquisición de la futura raza Aria?
- La mente. Esta facultad, más bien instrumento o vehículo del
Ego, le fue entregado al hombre en la Época Atlante, pero sólo a
los que en la evolución habían llegado al punto en que pudiesen
recibirla. Y los más avanzados de esos son los que fueron reunidos
para formar la raza-raíz de la futura raza aria, los semitas
originales. ¿Lo comprendes?
- Sí. ¿Y qué pasó con la mente?
- Con la mente no pasó nada. Nuestra humanidad actual está
tratando de desarrollarla y de que se convierta en el instrumento
más importante, predominando y controlando la emotividad, los
sentimientos, lo que hoy llamamos la visceralidad. Como sabes,
aún estamos bastante lejos de conseguir que la gente piense antes
de recurrir a las manos. Por otra parte, la mente es el instrumento
que utilizamos para crear.
-¿Para crear?
- Sí, claro. Nosotros, aunque no nos demos cuenta, somos
creadores, estamos continuamente creando, primero con la mente
y luego realizando en el mundo físico lo que con ella hemos
creado. ¿Tú no te has dado cuenta de que te es imposible hacer
algo si no lo piensas antes?.
- Ahora que lo dices, pues sí. Es cierto.
- Pero también es cierto que la mayor parte de nuestras
creaciones, por no decir todas, de primera intención son erróneas o
incompletas, y necesitan de reformas, rectificaciones o
repeticiones. Lo que se pretende de nosotros es que desarrollemos
la mente hasta tal punto que seamos capaces de crear, de primera
intención, cosas perfectas, sin necesidad de rectificaciones y sin
tener que cargar luego con las consecuencias de nuestros errores.
- Comprendo perfectamente.
- Como el propósito de Jehová era aconsejar a sus criaturas, les
entregó el Decálogo, que no era más que un compendio de
verdades que podían acelerar su evolución.
- ¿Verdades?
- Sí. Se trata de consejos para orientar al hombre y que no se
enfrente a las leyes naturales.
- ¿Y cómo funciona eso?
- Verás. El universo entero, pero nosotros nos ceñiremos a
nuestro mundo, está regido por una serie de movimientos o
corrientes de energía o de voluntad superior, que siempre actúan
en el mismo sentido, y que nosotros llamamos "leyes naturales".
- ¿Me puedes poner un ejemplo?
- Claro. Por ejemplo, la ley de la gravedad. O la de la resistencia
eléctrica, o la de la refracción de la luz o la de la transmisión del
sonido o la de la palanca, etc. etc.
- ¿Eso son leyes naturales?
- Claro. Y la misión del hombre es ir descubriéndolas,
asimilándolas y aplicándolas para su propia evolución. Si no se
hubiera descubierto toda la serie de leyes naturales que hoy
conocemos, nuestra civilización no hubiera alcanzado el nivel que
tiene. Ten en cuenta que todos los fenómenos de la naturaleza,
todos sin excepción, obedecen a alguna o algunas leyes naturales.
Y que si esas leyes no se cumplen, los fenómenos
correspondientes no se producen.
- Eso no lo entiendo bien.
- Pues está muy claro. Por ejemplo: Desde tiempos
antiquísimos el hombre ha aspirado a volar y no lo ha conseguido.
¿Por qué?. Porque sus inventos no tenían en cuenta una serie de
leyes naturales y, como consecuencia de esa ignorancia, no las
cumplían y el hombre no podía volar. Y ¿cuándo ha podido volar el
hombre?. Pues cuando ha descubierto y obedecido las leyes que
rigen la aerodinámica, la composición de fuerzas, la hélice, la
combustión y expansión de líquidos y gases, etc., etc. Pero
siempre que se incumple una ley natural, se produce un accidente.
Sin excepción, porque las leyes naturales no admiten errores ni
excepciones ni favoritismos. Por eso la humanidad continúa sus
investigaciones en todos los campos, para descubrir las leyes
naturales que aún desconoce y evitar fracasos, que es lo mismo
que evolucionar más deprisa. Los accidentes, pues, los fracasos,
son el acicate para que la humanidad se esfuerce, aplique su
mente a la naturaleza, discurra y le arranque sus secretos para
dominarla.
- Ahora lo comprendo.
- Pues bien, en aquella época remota, Jehová quiso, mediante
su Decálogo, avisar al hombre de lo que era erróneo y le conduciría
al fracaso, a retrasar su evolución.
- ¿Entonces, según tú, el Decálogo es una serie de consejos?
- Por supuesto.
- Caramba. Pues no lo parecen. Dan la impresión de
verdaderos mandatos totalmente imperativos.
- Eso depende de cómo lo tomes. Te lo voy a exponer de otra
manera. Si tú quisieras aconsejar a alguien sobre el uso de la
palanca, por ejemplo, podrías decirle muchas cosas y, entre ellas
ésta: "No utilices una palanca sin un punto de apoyo". Y si
quisieras ilustrarle sobre el vuelo, podrías decirle: "No intentes volar
con más peso que impulso tengas". Y si quisieras ayudarle a
mantener el equilibrio podrías aconsejar: "No saques el centro de
gravedad de la base de sustentación". Y así podría ponerte miles
de ejemplos. ¿Te parecerían buenos consejos?
- Por supuesto.
- Buenos si tu amigo los observaba. Porque si no, fracasaría.
¿No es así?.
- Sí, claro.
- Porque si tu amigo se empeñaba en trabajar con una palanca
sin utilizar un punto de apoyo, de nada le serviría su esfuerzo. Y si
pretendía volar sin la suficiente fuerza, se estrellaría. Y si
construyese torres inclinadas con el centro de gravedad fuera de la
base de sustentación, se le derrumbarían, ¿no?
- Cierto.
- Pues con los mandamientos ocurre exactamente lo mismo,
porque se trata de consejos para acomodar las conductas de la
humanidad a las leyes naturales que rigen la evolución humana.
Pero han sido mal explicados y, consecuentemente, mal
interpretados.
- ¿Por qué dices eso?
- Porque no se han explicado sus causas ni sus mecanismos y
se ha exigido sólo su observancia porque sí, porque Dios lo quería
y, de otro modo, castigaba al infractor.
- ¿Y no es así?
- En absoluto. Fíjate que David, en sus Salmos ya insiste, con
frecuencia, en la necesidad de "entender" para "creer" y
"obedecer".
- ¡No me digas!. David, que hablaba directamente con Jehová?
- Sí. Pon atención y te convencerás: En el Salmo 119, por
ejemplo, se leen estos versículos, suficientemente aclaratorios y
que corroboran cuanto digo:
- "Hazme entender el camino de Tus mandamientos (27).
- Dame entendimiento y guardaré Tu ley y la cumpliré de
todo corazón (34).
- Enséñame, dame la dicha de saber, y guardaré Tus
mandamientos (66).
- Hazme entender y aprenderé Tus mandamientos (73).
- Dame entendimiento para comprender Tus mandamientos
(125).
- La explicación de Tus palabras alumbra, hace entender a
los simples (130).
- Hace ya mucho que he entendido Tus mandamientos
(152).
- Según Tu palabra, dame comprensión (169).
- Mis labios Te cantarán alabanzas si me explicas Tu Ley
(171)". ¿Te parece suficiente?.
- ¡Qué barbaridad, está clarísimo!.
- Te voy a añadir una cita de un santo nada sospechoso en este
aspecto: San Bernardo de Claraval, el fundador del Císter y
perteneciente a una orden contemplativa.
- ¿Y qué dice San Bernardo?.
- Dice textualmente, en su obra Sermones sobre los Cantares,
Capítulo 48:
"Por eso el justo que vive de la fe, mora aún en la sombra;
mas, aquél que vive de la inteligencia es bienaventurado, porque
no mora en la sombra, sino en la luz. David era justo cuando decía
a Dios: Dame la inteligencia que necesito para aprender Tus
mandamientos. Y viviré sabiendo que la inteligencia debe suceder
a la fe y que la luz de la vida y la vida de la luz debe ser revelada a
la inteligencia". ¿Comprendes lo necesario de "entender" antes de
"obedecer"?
Sí, completamente.
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