jueves, 17 de noviembre de 2011

¿ADAPTARSE O MORIR?


¿ADAPTARSE O MORIR?
por Francisco-Manuel Nácher


Adaptarse o morir. Es el enunciado de una ley natural que, como tal, rige en toda la naturaleza. Los vegetales y los animales todos le están sometidos, de modo que, si se produce un cambio en el ambiente, no tienen más opción que adaptar su funcionamiento a las nuevas condiciones o desaparecer.

Y eso se observa continuamente por doquier: La polución de los ríos y lagos produce verdaderas catástrofes entre los animales y plantas que no son capaces de ajustar sus metabolismos al nuevo medio en el que sus vidas han de desarrollarse; los incendios forestales, las explosiones atómicas, el empleo de insecticidas o antibióticos, la reducción de la capa de ozono, etc., producen tales cambios medioambientales que obligan a todos los seres afectados a adaptarse o morir. Y muchos de cada especie mueren. Sólo unos pocos, en algunos casos, logran adaptarse y sobreviven, para reproducirse y transmitir sus características.

Todos conocemos, por ejemplo, la capacidad de adaptación de las gaviotas, las urracas, las abubillas o las cigüeñas que, procediendo de medios silvestres, están integrándose en la vida urbana y aprendiendo a utilizar los nutrientes que encuentran en los vertederos, en los paseos, en los parques, etc.; o la de algunos microbios, que logran hacerse resistentes a determinados antibióticos, especialmente en los hospitales; o la de los insectos que logran sobrevivir a los tratamientos agrícolas... El que cumple la ley natural, es el que se ve favorecido por ella: Se han adaptado, luego sobreviven. Pero siempre, de un modo pasivo, es decir, sin intervenir en el medio, sin cambiarlo: El que varía primero es el medio y luego ellos se adaptan.

Con el hombre, sin embargo, es distinto. Por supuesto, la ley natural es universal y, por tanto, aplicable a todo ser viviente, incluído el hombre. Pero éste, si bien como ser vivo, como animal que es, y formado, por tanto, con materias minerales pertenecientes a la naturaleza, le está sometido, como hombre, como espíritu que es, no.

¿Por qué? Porque en el hombre se dan dos características de que carecen los otros seres vivientes, que son la mente y el libre albedrío. El hombre, con esas herramientas, es capaz de modificar las condiciones naturales, si lo desea. Esas facultades extraordinarias han hecho desaparecer paulatinamente la esclavitud en que en el principio de los tiempos el hombre estuvo, con relación a la naturaleza en que ha vivido. Y no depende total y absolutamente de las condiciones naturales, sino que las sabe manejar y alterar y hasta adaptar. Y puede vivir en climas imposibles, incluso fuera de la atmósfera terrestre, y bajo las aguas; y puede sobrevivir a un parto prematurísimo: y puede vencer una serie de enfermedades; y ha aprendido a corregir las malformaciones, las mutilaciones, las heridas; y hace trasplantes de órganos y vacunas y clones y no cesa de actuar sobre la naturaleza para adaptarla a sus necesidades y no al revés. El hombre, pues, le ha perdido el respeto a la naturaleza.

Resumiendo: Los animales y vegetales se modifican a sí mismos para adaptarse a las características del entorno, mientras que el hombre, sin perjuicio de ello, modifica el entorno para adaptarlo a sus propias necesidades o características.

Por supuesto, se me dirá, que lo que el hombre hace no es más que una forma de adaptarse. Y será cierto. Pero adaptarse adaptando. Es una adaptación forzada de la naturaleza. Y es privilegio del hombre.

Por tanto, esta ley natural que, como tal es eterna e inmutable y rige siempre, en cuanto al hombre se refiere hay que enunciarla de otro modo: Ya no es "adaptarse o morir" sino "adaptar la naturaleza o morir".

Llegados aquí, querámoslo o no, resuena en nuestros oídos el eco de las palabras de los Elohim de la Escritura: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza".

El problema está, y cada vez de modo más claro y hasta acuciante, en esa falta de respeto del hombre por la naturaleza.

Porque el hombre, ebrio de orgullo al descubrir sus posibilidades, se ha lanzado a usar y abusar de ellas, sin acordarse de que, en última instancia, su cuerpo está formado por materiales que, necesariamente, han de obedecer las leyes naturales y de que, irremisiblemente, ha de morir, y de que el libre albedrío y la inteligencia, si bien pueden modificar la naturaleza en beneficio de la humanidad, también pueden hacerlo en su perjuicio. Es el problema del aprendiz de brujo: Estamos manejando fuerzas que no sabemos aún dominar y que, en cualquier momento, pueden, obedeciendo, precisamente, las leyes naturales, acabar con nosotros, a pesar de todos nuestros pinitos como dioses recién nacidos. Y se impone reflexionar seriamente.

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