jueves, 17 de noviembre de 2011

AHORA VEO CLARO


AHORA VEO CLARO
por Francisco-Manuel Nácher


Durante los años de "vida activa" caí, porque era la moda, en la
absurda creencia de que los títulos académicos lo eran casi todo si no todo.

Y me afané por obtener los que estuvieron en mi mano. Luego, me sumergí
en la vida empresarial hasta mi jubilación. Pero no sin aprovechar los
pocos vacíos de tiempo para seguir acaparando títulos y diplomas y
conocimientos profesionales.

¿Y qué?

Ninguna de esas cosas me ha hecho mejor ni ha añadido un ápice a
mis capacidades. Me refiero a mis capacidades verdaderamente
importantes: el pensar en los demás, el tender la mano, el confiar en que
me la tiendan, el tener amigos, el respetar a todos, el predicar con el
ejemplo, el ser honesto, honrado, formal, puntual, cumplidor y fiable, el
asumir mis responsabilidades, el disculpar, el ofrecer segundas y aún
terceras oportunidades, el pensar que yo podría - si el destino o el azar o
Dios así lo hubieran querido - ser mi subordinado o mi jefe o mi vecino o
mi cliente o el pobre que me pide limosna o el alcohólico o el drogadicto o,
incluso el delincuente...

No. Ninguno de mis títulos me dio nada que ahora, ya de vuelta,
pueda valorar como interesante, útil, compensatorio del esfuerzo que
exigió... salvo la convivencia con mis condiscípulos de cada materia
estudiada.

Lo que verdaderamente me ha hecho como ahora soy han sido: las
tendencias que traje al nacer; los consejos y, sobre todo, los ejemplos de
mis padres y abuelos; las ideas que me inculcaron algunos de mis maestros
durante la adolescencia y que supieron encender la mecha, que yo ya traía
preparada, para hacerme preguntas y encontrar respuestas (pero no
preguntas científicas ni siquiera culturales, sino preguntas mucho más
sencillas, más fáciles y por ello más, mucho más difíciles de responder, por
ejemplo, el sentir la angustia de la vida, que se nos pasa sin haber hecho
nada verdaderamente satisfactorio; el no saber realmente quién soy y qué
hago aquí y ahora y qué se espera que haga, si es que se espera que haga
algo...); y la convivencia, las afinidades y las diferencias, las amistades y
las enemistades, los sueños compartidos y las aventuras en colaboración...

Cuando uno, por obra de los años, tiene que renunciar ya a muchas
cosas que poco antes parecían importantes, la escala de valores, hasta
entonces mal estructurada y vacilante, va centrándose, endureciéndose,
cristalizando y hasta explicándose por sí misma. Y uno mira hacia atrás y
comprende muchas cosas, muchas más de las que esperaba comprender. Y
ve el juego de las leyes naturales en su tesonero afán de enderezar nuestros
rumbos equivocados. Y comprende dónde y cuándo falló y por qué luego
eso produjo sus consecuencias, que unas veces le sorprendieron y otras le
decepcionaron pero siempre fueron lecciones de vida interesantes y
necesarias.

Lo cierto es que, como casi todos, estuve tan preocupado por
"caminar" que no me paré a determinar en qué sentido debía ni quería
hacerlo. Con lo cual malgasté esfuerzos, energías, tiempo e ilusiones, y mi
recorrido fue mucho más errático de lo que podría haber sido, visto desde
mi postura de hoy.

Contemplada así la vida, a posteriori, cuando hemos comprendido su
funcionamiento y nos hemos familiarizado con el secreto de la urdimbre
que la compone, resulta la cosa más interesante que imaginarse pueda.

Y, en ese momento estoy. Y soy feliz. Y no me da rebozo
reconocerlo. Y no es que no tenga problemas, sino que ya no los veo como
tales. Me he encontrado a mí mismo y me siento a gusto. He podido
reconocer mis errores y comprender por qué lo fueron. He visto pasar por
mi vida seres queridos, parientes, amigos y enemigos y aún desconocidos.

Y me he dado cuenta del papel que todos ellos jugaron en mi formación, y
a todos se lo he agradecido. He visto nacer nuevas generaciones
dispuestas, como la mía, a cometer toda suerte de tonterías para, un día -
generalmente demasiado tarde - darse cuenta y hasta arrepentirse de ellas.

Y uno comprende que no se trata de que cada generación sea,
digamos, nueva, y de que cometan todas los mismos errores. No. La cosa
es mucho más sencilla, lógica, aclaratoria e interesante: Cada generación
está compuesta por seres que alcanzaron en vidas anteriores el nivel que
les permitirá nacer, siglos más tarde, formando otra nueva generación. Por
supuesto, todas cometerán errores, todas aprenderán a lo largo de su vida,
pero cada una trae sus enseñanzas anteriores asimiladas y cada una comete
distintos errores, porque para eso las condiciones sociales, culturales,
climáticas, etc. han cambiado entretanto, de modo que cada vez se pueden
aprender nuevas lecciones de vida aún no dominadas.

Nos sucedemos, pues, a nosotros mismos. O, mejor dicho, a nuestros
hijos o a nuestros nietos o descendientes que, a su vez, hacen lo mismo con
los suyos. Y así vamos todos avanzando en la evolución. Y así se explica
la afirmación bíblica, que siempre nos ha parecido tan injusta, de que "los
pecados de los padres recaen sobre los hijos" porque, en realidad, lo que
ocurre es que quienes pecaron, o sea, se equivocaron, experimentan luego,
en vidas sucesivas, las consecuencias de sus propios errores.

Vista así, la vida es apasionante. Y tiene sentido.

* * *

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